martes, 14 de noviembre de 2017

DIÁLOGO ANTE LA MUERTE

Krishnamurti

Él había sido un hombre muy conocido. Yacía  moribundo en la casita que había detrás del muro, y el pequeño jardín, antes bien cuidado, ahora estaba desatendido. El hombre se hallaba rodeado por su esposa, sus hijos y otros parientes cercanos. Podrían pasar algunos meses o aun más antes de que muriera, pero todos ellos estaban alrededor de él y la habitación se sentía cargada de pena.
Cuando entré, pidió a todos que salieran, cosa que hicieron de mala gana, excepto un niño que se entretenía con algunos juguetes en el suelo. Una vez se fueron, el hombre me señaló una silla y permanecimos algún tiempo sentados y sin decir una palabra, mientras los ruidos de la casa y de la calle atestada penetraban en la habitación.
                Habló con dificultad: “Usted sabe, durante cierto número de años he pensado muchísimo acerca del vivir y aún más acerca del morir, porque he padecido una prolongada enfermedad. ¡La muerte parece una cosa tan extraña! He leído diversos libros que tratan este problema, pero todos ellos eran más bien superficiales.”
¿Acaso no son superficiales todas las conclusiones?
“No estoy tan seguro. Si uno pudiera llegar a ciertas conclusiones que fueran profundamente satisfactorias, estas tendrían alguna importancia. ¿Qué hay de malo en llegar a conclusiones en tanto sean satisfactorias?”
No hay nada de malo, pero ¿no dibuja eso un horizonte engañoso? La mente tiene el poder de crear toda clase de ilusiones, y parece muy innecesario e inmaduro quedar atrapado en ellas.
“He vivido una vida bastante rica y he seguido lo que pensaba era mi deber, pero por supuesto soy humano. De cualquier modo, esa vida ya ha pasado, y aquí estoy, hecho una cosa inútil; pero por fortuna mi mente todavía no ha sido afectada. He leído mucho y aún estoy ansioso como siempre por saber que ocurre después de la muerte. ¿Continúo, o no queda nada cuando el cuerpo muere?”
Señor, si puedo preguntarlo, ¿por qué le interesa saber que hay después de la muerte?
“¿No quieren saberlo todos?”
Probablemente, sí, pero, si no sabemos que es el vivir, ¿cómo podemos saber qué es la muerte? El vivir y el morir quizá sean la misma cosa, y el hecho de que los hayamos separado puede ser una fuente de gran dolor.
“Soy consciente de lo que usted ha dicho acerca de todo esto en sus pláticas, pero todavía quiero saber. ¿No tendría usted la bondad de decirme qué sucede después de la muerte? No se lo repetiré a nadie.”
¿Por qué se esfuerza tanto en saber?¿Por qué no permite que exista todo el océano de la vida y la muerte, sin hurgar con un dedo en él?
“No quiero morir”, dijo él tomándome de la muñeca. “Siempre le he tenido miedo a la muerte; y aunque he tratado de consolarme con explicaciones racionales y creencias, éstas sólo han actuado como un delgado barniz sobre esta profunda agonía del miedo. Todas mis lecturas acerca de la muerte han sido un esfuerzo para escapar de este miedo, para encontrar un modo de salir de él, y por la misma razón ahora pido saberlo.”
¿Podrá algún escape liberar a la mente del miedo?¿Acaso no engendra miedo el mismo acto de escapar?
“Pero usted puede decírmelo, y lo que diga será verdadero, y la verdad me liberará...”
Permanecimos en silencio un rato. Enseguida volvió a hablar.
“Este silencio fue más curativo que todas mis ansiosas preguntas. Quisiera poder permanecer en él y morir tranquilamente, pero mi mente no me lo permitirá. Mi mente se ha vuelto tanto el cazador como lo cazado. Estoy torturado. Sufro un agudo dolor físico, pero eso no es nada comparado con lo que ocurre en mi mente. ¿Existe una continuidad identificada después de la muerte? Este “yo” que ha disfrutado, sufrido, conocido, ¿continuará?”
¿  Qué es este “yo” al que se aferra su mente y que usted quiere que continúe? Por favor, no conteste; sólo escuche tranquilamente, ¿lo hará? El “yo” existe sólo a causa de la identificación con la propiedad, con un nombre, con la familia, con los éxitos y fracasos, con todas las cosas que usted ha sido y desea ser. Usted es aquello con lo que se ha identificado, está compuesto de todo eso, y sin eso, usted no existe. Es esta identificación con las personas, la propiedad y las ideas, lo que usted quiere que continúe más allá de la muerte. ¿Es algo viviente eso?¿O es sólo una masa de deseos contradictorios, búsquedas, realizaciones y frustraciones con el dolor excediendo siempre a la felicidad?
“Puede ser lo que usted sugiere, pero es mejor que no saber nada en absoluto.”
Mejor lo conocido que lo desconocido ¿no es así? Pero lo conocido es tan pequeño, tan insignificante, tan restrictivo. Lo conocido es dolor y, sin embargo, usted ansía que continúe.
“Piense en mi, tenga compasión, no sea tan inflexible. Si sólo supiera, podría morir dichosamente.”
Señor, no se esfuerce tanto en saber. Cuando todo esfuerzo por saber llega a su fin, entonces existe algo que no ha sido creado por la mente. Lo desconocido es más inmenso que lo conocido; lo conocido es como una barca en el océano de lo desconocido. Deje que todas las cosas sigan su curso y sean.
Su esposa entró en ese instante para darle algo de beber y el niño se levantó y salió corriendo de la habitación, sin mirarnos. Él le dijo a su esposa que cerrara la puerta al salir y que no dejara que el niño entrase otra vez.
“No me preocupa mi familia; he cuidado de su futuro. Es mi propio futuro el que me interesa. Sé en mi corazón que lo que usted dice es verdadero, pero mi mente es como un caballo que galopa sin jinete. ¿Me ayudará usted, o estoy fuera de toda ayuda posible?”
La verdad es una cosa extraña; cuanto más la perseguimos, más nos elude. Usted no puede capturarla por ningún medio, no importa cuán sutil e ingenioso sea; no puede retenerla en la red de su pensamiento. Dese cuenta de esto y deje que todo transcurra. En el viaje de la vida y la muerte uno debe marchar solo; en este viaje no puede uno encontrar ayuda en el conocimiento, en la experiencia, en los recuerdos. La mente debe depurarse de todas estas cosas que ha acumulado en su vivo deseo de seguridad; sus dioses y sus virtudes deben ser devueltos a la sociedad que los engendró. Tiene que haber soledad completa, incontaminada.
“Mis días están contados, me falta el aliento, y usted me está pidiendo algo muy difícil: que muera sin saber que es la muerte. Pero he sido bien instruido. Debo dejar que mi vida sea, y puede que sobre ella caiga una bendición.”
“Comentarios sobre el vivir”. Jiddu Krishnamurti


lunes, 13 de noviembre de 2017

PENSANDO EN LA MUERTE


Decía yo hace un tiempo, y ahora caminando hacia los 77 retomo lo dicho,  hablando de otro tema:

“En el fondo, el único problema no resuelto ni aceptado es la propia muerte. Porque ¿hay alguna forma de encarar esa tremenda situación, ese fatal terremoto, esa cercana hecatombe, esa catástrofe sin límites, esa trascendente y última crisis? Desde luego no el pataleo. ¿Y por qué tiene que haber soluciones? No hay más pista de aterrizaje, como en su día fue pista para levantar el vuelo de la vida y sus proyectos, que la pura y desnuda realidad, nuestra limitadísima pero maravillosa realidad.

Los pensadores del helenismo, los escépticos renacentistas, los hombres verdaderamente religiosos o agnósticos, los sabios hindúes o budistas, no ven más que una salida: volver pacífica, sincera y humildemente (“humus”= tierra) a nuestro pequeño y anónimo lugar en la gran Naturaleza, porque “la ola es el mar” como dijo bellamente a sus casi ochenta años el místico benedictino y maestro zen Willigis Jäger. Ojalá podamos decir con el poeta “confieso que he vivido”.

Habrá que seguir dándole vueltas a ese molino, ¡qué le vamos a hacer!


Esto es estoicismo, amigos. A mucha honra.

Enrique Robles