Víctor Gómez Pin
Afirmar
o negar la universalidad de la filosofía es casi una cuestión de optimismo o
pesimismo antropológico. La reivindicación de la filosofía seguiría vigente aun
en el caso en que la globalización del libre mercado llegara a ser compatible
con la reducción de las abismales diferencias económicas entre países y entre
ciudadanos de cada país (perspectiva utópica donde las haya). Esta mayor
equidad supondría efectiva generalización de los derechos humanos si se
acompañara de una educación general tendiente a desarrollar en cada individuo
las facultades que le caracterizan como ser humano. Y aquí entra en juego la
filosofía: educar a la humanidad a través
de la filosofía equivaldría a posibilitar que se actualizara en cada uno de
nosotros el conjunto de potencialidades que nos marcan como seres de razón;
equivaldría simplemente a ayudarnos a realizar nuestra humanidad (la
educación ha de fertilizar un órgano, no puede sustituirse a él, señalaba ya
Platón). Aristóteles pretendía que la disposición filosófica era propia de los
hombres libres. Mas en tal caso, la neutralización de tal disposición en la
inmensa mayoría de las personas constituye un índice de la ausencia de libertad
efectiva. Según Peter Kemp “los poderes tecnológicos, militares y económicos no
poseen el monopolio del poder en el mundo”. A su juicio, la filosofía, dada su
capacidad de “exponer falsedades e ilusiones” generadas por dichas fuerzas y
proponer “un mundo mejor como morada de la humanidad”, podría erigirse en contrapoder,
cuya misión sería, ni más ni menos, que “luchar para crear una ciudadanía
mundial y establecer un nuevo orden mundial”.
La
verdad es que, compartiendo con Kemp la concepción militante y casi redentora
de la filosofía, soy menos optimista que él respecto a que la generalización
del espíritu crítico y de la exigencia de lucidez que la filosofía supone
pueda realizarse en base a competir con los poderes reconocidos como gestores
del mundo. Por decirlo en términos muy clásicos (y poco de moda), quizás la
acción transformadora de la sociedad sea condición de la realización de la
filosofía y no al revés. Quizás sea útil recordar aquella tan desconsoladora
como lúcida Miseria de la Filosofía , con la
que Marx daba respuesta a la edificante y compasiva pero inoperante Filosofía de la Miseria de Proudhom.
(Esta comparación con los tiempos presentes merecería un comentario, digo yo)
(Víctor Gómez Pin, catedrático de
Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona: “De Pekín a Seúl, la hora de
la filosofía”, El País 25/08/2008, a propósito del Congreso Mundial de
Filosofía de Seúl)