domingo, 13 de mayo de 2018

La hora de la Filosofía


Víctor Gómez Pin

 “En su guerra por la dignificación humana, la filosofía ha de hacer una pausa consagrada a meditar sobre sí misma, es decir, volver a plantearse en nuestro tiempo qué es eso de filosofía. Repensar hoy la filosofía no incita a otra cosa que a seguir filosofando, seguir confrontándose a aquellos problemas que constituyen universales antropológicos. Conviene precisar que la universalidad de la filosofía ha sido a veces puesta en tela de juicio precisamente en boca de los que a ella se dedican. La divergencia está viciada por un equívoco respecto a lo que hay que entender por el término mismo filosofía. Es difícil imaginar que en lugar alguno el hombre deje de preguntarse por el hombre, es decir, que no haya ninguna forma de antropología filosófica. Y así para todas y cada una de las interrogaciones que han alimentado la historia de la filosofía. Los que enfatizan el lazo entre la filosofía y la ascendencia cultural grecolatina se verían sorprendidos al constatar el gran número de sesiones en que los problemas que atravesaron a Platón, Leibniz o Kant eran retomados con todo rigor por colegas asiáticos, en absoluto desarraigados de su cultura (…)
Afirmar o negar la universalidad de la filosofía es casi una cuestión de optimismo o pesimismo antropológico. La reivindicación de la filosofía seguiría vigente aun en el caso en que la globalización del libre mercado llegara a ser compatible con la reducción de las abismales diferencias económicas entre países y entre ciudadanos de cada país (perspectiva utópica donde las haya). Esta mayor equidad supondría efectiva generalización de los derechos humanos si se acompañara de una educación general tendiente a desarrollar en cada individuo las facultades que le caracterizan como ser humano. Y aquí entra en juego la filosofía: educar a la humanidad a través de la filosofía equivaldría a posibilitar que se actualizara en cada uno de nosotros el conjunto de potencialidades que nos marcan como seres de razón; equivaldría simplemente a ayudarnos a realizar nuestra humanidad (la educación ha de fertilizar un órgano, no puede sustituirse a él, señalaba ya Platón). Aristóteles pretendía que la disposición filosófica era propia de los hombres libres. Mas en tal caso, la neutralización de tal disposición en la inmensa mayoría de las personas constituye un índice de la ausencia de libertad efectiva. Según Peter Kemp “los poderes tecnológicos, militares y económicos no poseen el monopolio del poder en el mundo”. A su juicio, la filosofía, dada su capacidad de “exponer falsedades e ilusiones” generadas por dichas fuerzas y proponer “un mundo mejor como morada de la humanidad”, podría erigirse en contrapoder, cuya misión sería, ni más ni menos, que “luchar para crear una ciudadanía mundial y establecer un nuevo orden mundial”.
La verdad es que, compartiendo con Kemp la concepción militante y casi redentora de la filosofía, soy menos optimista que él respecto a que la generalización del espíritu crítico y de la exigencia de lucidez que la filosofía supone pueda realizarse en base a competir con los poderes reconocidos como gestores del mundo. Por decirlo en términos muy clásicos (y poco de moda), quizás la acción transformadora de la sociedad sea condición de la realización de la filosofía y no al revés. Quizás sea útil recordar aquella tan desconsoladora como lúcida Miseria de la Filosofía, con la que Marx daba respuesta a la edificante y compasiva pero inoperante Filosofía de la Miseria de Proudhom. (Esta comparación con los tiempos presentes merecería un comentario, digo yo)

(Víctor Gómez Pin, catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona: “De Pekín a Seúl, la hora de la filosofía”, El País 25/08/2008, a propósito del Congreso Mundial de Filosofía de Seúl)