domingo, 11 de abril de 2021

EL DEVASTADOR PODER DE LA ESTUPIDEZ HUMANA

 


Seguramente en nuestras vidas, con frecuencia, “con una monotonía incesante, vemos como entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos inoportunos”.

¿Cuántas veces hemos sufrido o hemos observado, con impotencia y desesperación el poder destructivo de estas personas?

Carlo M. Cipolla, uno de los historiadores de la economía más prestigiosos internacionalmente del siglo XX, se hizo mundialmente famoso por un ensayo satírico sobre esta cuestión titulado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”.  Esto resulta paradójico, parece incluso estúpido, pero si leemos el ensayo y analizamos su éxito y repercusiones, quizás pensemos que no lo es, porque usando el humor,  Cipolla acertó de pleno en definir la estupidez humana como uno de los mayores males de la humanidad -en todo tiempo y en todo lugar-, mediante sus cinco leyes:

Primera. Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan  por el mundo.

Segunda. La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

Tercera. Una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra o un grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

Cuarta. Las personas no estúpidas subestiman siempre el poder nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

Quinta. La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

Corolario: El estúpido es más peligroso que el malvado.

Se ha calificado este pequeño tratado como de “filosofía satírica”, en la que puede encuadrarse, por ejemplo, el humorístico y certero ensayo de Schopenhauer “El arte de tener razón”. 

También se ha señalado su inspiración en la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham (siglo XVIII) según la cual la mejor acción es la que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados y maximiza la utilidad. Otro filósofo que desarrolló este concepto, en el siglo siguiente, fue John Stuart Mill, en su libro El utilitarismo. Este autor parte de que todo ser humano actúa siempre —sea a nivel individual, colectivo, privado, público, como en la legislación política— según el principio de la mayor felicidad, en vistas al beneficio de la mayor cantidad de individuos.

Cipolla, en el ensayo citado, contradice precisamente esto último. Hay un tipo de persona que hace todo lo contrario: el estúpido.

Igualmente parece inspirarse nuestro autor en la  “teoría de juegos”, un área de la matemática aplicada, utilizada en muchos campos científicos, especialmente en el de la economía, y que ha contribuido a comprender más adecuadamente la conducta humana frente a la toma de decisiones. 

Cipolla publicó el ensayo citado en el libro “Allegro ma non troppo”,  junto a otro -también burlón- sobre el papel de las especias en el desarrollo económico de la Edad Media. En éste hace una parodia de la metodología del ridículo, donde se burla de ciertos estudios de historia económicos, utilizando fórmulas cliométricas[1] deliciosamente absurdas para llegar a las más estrafalarias relaciones de causa a efecto.

En la introducción a ese libro, hace una defensa del beneficio individual y social que produce el humorismo, contrapuesto a la ironía –que genera tensiones y conflictos-y termina con la siguiente frase:

“Espero que al leer estas páginas no acaben convenciéndose de que el estúpido soy yo”

Porque, como nos advertirá en su ensayo sobre la estupidez, de las cuatro categorías de personas que define y utiliza en su análisis: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos, solo éstos no son conscientes de que lo son.

En la tercera ley, hemos visto la definición de la persona estúpida. Inmediatamente antes de llegar a ella, define las otras tres categorías de personas:

Incauta: la que de su acción obtiene una pérdida al tiempo que procura un beneficio a otra u otras.

Inteligente: la que de su acción obtiene un beneficio para sí y para la otra u otras personas.

Malvada: la que de su acción obtiene beneficio propio procurando perjuicio a la otra u otras personas.

Entre esas cuatro categorías caben una variedad de intermedias. Por otro lado, las definiciones no se refieren tanto a la cualidad de la persona como a la de sus acciones. Es la frecuencia máxima y dominante de una de ellas la que definen a una persona como tal. Una persona con un comportamiento habitualmente inteligente puede cometer ocasionalmente acciones estúpidas.

Finalmente, nos invita Cipolla, a situar en una de las gráficas de distribución de frecuencia, según esas definiciones,  las acciones de personas o grupos con los que normalmente nos relacionamos, para valorarlos y adoptar, en consecuencia, una línea de acción  racional.

Y con ello, sin decirlo, nos enfrenta a hacer igualmente con nosotros mismos:

¿En qué categoría de persona nos incluimos?

O mejor: ¿En qué categoría incluimos nuestras acciones concretas?

Analizarla desde el enfoque económico y humorístico de Cipolla, nos puede ayudar en la toma de decisiones de nuestras vidas.

 

Concha San Martín

 

Algunos enlaces con artículos sobre el tema:

https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2019-01-07/leyes-estupidez-humana-carlo-maria-cipolla_1737958/

https://elpais.com/elpais/2017/11/05/eps/1509836737_150983.html

http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-16172004000200010

https://gonzalezserna.wordpress.com/2015/02/04/shakespeare-y-la-estupidez-segun-el-modelo-de-cipolla/

https://elpais.com/diario/2000/09/28/opinion/970092007_850215.html



[1] Cliometría : metodología de análisis de la Historia económica empleando la teoría económica, la estadística y la econometría

miércoles, 17 de marzo de 2021

¿Qué hay en el ser humano digno de permanecer y salvarse de la acción corrosiva del tiempo?

 

Javier Goma Lanzón en su precioso libro ( La imagen de tu vida), nos apunta que hay dos modalidades de perduración humana, la obra artística y la imagen de una vida.

El libro es corto, de fácil lectura y creo que muy interesante. Para quien no tenga la oportunidad de leerlo, intentaré extraer lo más esencial, aunque necesariamente se perderán en el camino gran parte de los matices y reflexiones que tan importantes son en nuestros debates.

 Los hombres somos mortales, la mortalidad nos es esencial. El vivir humano es siempre un vivir en peligro, bajo la amenaza de extinción, y de la conciencia de este peligro brotan los bienes que nos son propios: el amor, la amistad, el arte, la sociabilidad, la compasión, los derechos, la ciencia, la filosofía o la esperanza religiosa.

Pero; y al final qué, qué esperamos, qué perdurará. Lo decisivo no es tanto qué perdura como si es digno de perdurar. Y lo que en este mundo merece perdurar es la “perfección”, lo juzgado mejor de cada género y más perfecto. La vida y la obra bien hecha.

La ejemplaridad de una persona, gestada lentamente mientras vivía, se ilumina tras la muerte en la imagen que deja en la conciencia de los demás; allí se hace definitiva. El destino que nos hurta maliciosamente los bienes que dan la felicidad, no puede expropiarnos el derecho a vivir nuestra vida con ejemplaridad y, tras nuestra muerte, legar una imagen luminosa digna de perduración en la memoria de los demás.

La responsabilidad por la continuada influencia civilizadora del propio ejemplo sobre los otros no se limita a los soleados días de nuestra vida sino que alcanza a las profundidades de la tumba.

La luminosidad que emana una ejemplaridad póstuma es designada en nuestra tradición cultural con el término “ gloria” reservada a muy pocas personas a lo largo de la historia y, cada época desde la antigüedad al romanticismo ha valorado y ensalzado solo determinados valores como dignos de perdurar.

El presente estadio de la cultura, caracterizado por la igualdad democrática, nos abre los ojos a la evidencia de que cualquier persona que pase por este mundo, cualquiera que en este mundo vive y envejece, poseedor de una dignidad de origen pero abocado dramáticamente a la indignidad de la muerte, solo por eso ya comparte un destino sublime, merecedor de gloria duradera.

En consecuencia todos los seres humanos están llamados por igual a entregar a la posteridad una imagen digna de perduración y así hacerse merecedores de gloria, con independencia de que a la memoria colectiva solo le sea posible retener a un número reducido y solo levante monumentos a aquellos ejemplos de mayor publicidad.

La vida humana no es esa fuente exuberante y casi infinita de posibilidades existenciales que un día imaginó el romanticismo. El mundo real ofrece un surtido pautado de opciones vitales. El camino de la vida atraviesa etapas que enmarcan las experiencias humanas posibles en ella: amor, dolor, anhelo, felicidad, decepción, gozo, éxito, fracaso. La combinación de estos ingredientes bajo una forma estrictamente individual da como resultado esa visión de conjunto que llamamos la imagen de una vida. Esta imagen responde a  la pregunta de qué clase de persona, en general, es o ha sido. La pregunta, formulada en términos tan generales, busca captar la unidad que sintetiza esa imagen; imagen que no se completa definitivamente hasta la muerte de dicha persona porque la imagen de la vida es la esencia general y definitiva que solo póstumamente  se deja conocer en plenitud. Y es por eso que el auténtico conocimiento, la aprehensión  de su verdad depende de la pervivencia de su recuerdo.

 Concha Gª Arévalo