domingo, 19 de febrero de 2017

Extracto de los diálogos entre Carlo Borondi y Zygmunt Bauman a propósito del Progreso

Borondi
Aunque parece un concepto inherente a la naturaleza humana la idea de progreso es un concepto relativamente reciente. Los clásicos tenían el mito de la Edad de Oro de la que lo humano fue expulsado. Platón veía su propia época como un periodo de declive con la añoranza del regreso a la simplicidad de la existencia natural. Aristóteles teorizó sobre los ciclos históricos que se repiten. Horacio escribe convencido de que el tiempo es el enemigo de lo humano y solo se puede esperar lo peor del futuro. Restringidos a la experiencia humana y la cortedad de la vida se sentían atrapados y no podían ver más allá de esa experiencia e imaginarse el futuro. Excepciones son Demócrito y Epicuro que no creían en la Edad de Oro, Lucrecio que introduce una cierta idea de progreso (predetemptim progredientis) no escapa de la perspectiva apocalíptica de un mundo destinado a acabar.
El cambio de mentalidad aparece con Bacon. Al introducir en método inductivo dice que el saber tiene una finalidad útil que es la de promover la felicidad humana. Esa misma idea la comparten Fontenelle, Descartes, Hobbes y Spinoza y más tarde por los ilustrados Montesquieu, Voltaire y Turgot.
A partir de esa matriz única ilustrada, la idea de progreso toma dos rumbos. Por una parte Adam Smith, la riqueza a través del libre comercio y el consumo, y por otra Hegel a Marx progreso como liberación. Ambas visiones entran en crisis en el siglo XX con la mercantilización de los valores y la caída de las experiencias comunistas. De esa coincidencia Borondi concluye que se inicia la crisis de la modernidad y por tanto de su esencia: fe en la tecnología, esperanza de mejora continua y la creencia en las ideologías. En resumidas cuentas, la confianza en el progreso. La modernidad a través de sus ideologías y la fe en el progreso promete un mundo mejor aquí y ahora sustituyendo la de un mundo mejor tras la muerte que prometen las religiones. Por tanto se crea una ética del trabajo como valor moral que conduce a ese mundo mejor. La idea medieval de trabajar para subsistir es suplantada por el trabajo como identidad y obligación moral por encima de la necesidad para construir ese futuro que promete el progreso. Esta promesa se vio cumplida con la apoteosis del consumo. El esfuerzo del trabajo fue recompensado. A partir de ahí la negociación entre empresarios y sindicatos se ha mantenido dentro de este mito. 
La crisis de la modernidad nos ha traído nuevas ideas como: el límite del crecimiento continuo, la economía del bien común, la crisis de recursos, la especie humano en el ecosistema, etc. De hecho el concepto de progreso está evolucionando: para algunos el cambio consiste en sustituir “felicidad a través del consumo” por “felicidad mediante la calidad de vida”, para otros simplemente han abandonado el mito del progreso y lo reemplazan por una cultura de lo inmediato, dando por hecho que no se espera ya un futuro mejor. Está última mentalidad se aferra a lo que ya se tiene, con la angustia del miedo a perderlo y paradójicamente, se parece de nuevo a la idea de futuro de griegos y romanos clásicos.

Bauman
La idea del “Progreso” desde su nacimiento ha sido un concepto vectorial, predeterminado e imparable, cuya flecha trata de escapar de: salvajismo, servidumbre, ignorancia, sumisión natural, lo malo, lo penoso y lo imperfecto para avanzar hacia: civilización, libertad, conocimiento, poder sobre lo natural, lo bueno, lo confortable, lo perfecto.
El “progreso” fue la fe de Europa durante el culmen de su poder, la época del imperialismo, precisamente las guerras que se suceden a esa voracidad imperial entre europeos inicia la decadencia del mito del progreso.
¿Es un mito la idea de progreso? Para los que viven dentro del mito, este parece un hecho obvio. Si uno lo acepta se hace un lugar en la gran marcha de la humanidad. Pero la humanidad no marcha hacia ninguna parte. El concepto de humanidad como un todo es una ficción compuesta de miles de millones de individuos para los que la vida es singular y definitiva. Pero tras los avances de los dos últimos siglos el mito del progreso se ha hecho muy potente. Cuando el mito pierda su fuerza e influjo, los que han vivido de acuerdo con él pasan a ser como esos condenados a perpetuidad que, liberados después de muchos años, no saben que hacer con su libertad, pierden la imagen que tenían de sí mismos y ni siquiera están seguros de que valga la pena defenderla ni reivindicarla. Aparece la confusión, desorientación, vida rebanada que va a la deriva.
A este estado Bauman le llama “síndrome de incertidumbre”. Lo que hace años era esperanza en el futuro es ahora temor al futuro. La palabra progreso pasa a contener el significado de amenaza. Entre los diferentes significados de la “amenaza” se incluyen la pérdida de confianza en los instrumentos de acción colectiva: democracia, estado, unidad territorial soberana.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El Progreso (2)

“Entre los estudiosos del desarrollo de la idea del progreso hay bastante acuerdo en atribuirle a un joven de 23 años el lanzamiento de la primera versión plenamente articulada de la idea del progreso. Se trata del célebre discurso que A. R. J. Turgot pronunció el 11 de diciembre de 1750 en la Sorbona. Aquí aparece una historia conjunta y progresiva de la humanidad que se diferencia esencialmente de la historia meramente repetitiva de la naturaleza. El hombre acumula porque recuerda y por ello mismo avanza, la naturaleza no hace sino repetirse. Así comienza ese gran discurso: “Los fenómenos de la naturaleza, sometidos a leyes constantes, están encerrados en un círculo de revoluciones siempre iguales. En las sucesivas generaciones, por las que los vegetales o los animales se reproducen, el tiempo no hace sino restablecer a cada instante la imagen de lo que ha hecho desaparecer. La sucesión de los hombres, al contrario, ofrece de siglo en siglo un espectáculo siempre variado. La razón, las pasiones, la libertad producen sin cesar nuevos acontecimientos. Todas las edades están encadenadas las unas a las otras por una serie de causas y efectos, que enlazan el estado presente del mundo a todos los que le han precedido. Los signos arbitrarios del lenguaje y de la escritura, al dar a los hombres el medio de asegurar la posesión de sus ideas y de comunicarlas a los otros, han formado con todos los conocimiento particulares un tesoro común que una generación transmite a la otra, constituyendo así la herencia, siempre aumentada, de descubrimientos de cada siglo. El género humano, considerado desde su origen, parece a los ojos de un filósofo un todo inmenso que tiene, como cada individuo, su infancia y sus progresos (...) La masa total del género humano, con alternativas de calma y agitación, de bienes y males, marcha siempre –aunque a paso lento– hacia una perfección mayor.” (Wikipedia)
“Años después de la muerte de Turgot  Francia se vería conmovida por aquella gran revolución que cambiaría para siempre el mundo. El viejo orden fue no sólo derrocado sino llevado literalmente al patíbulo. Será condenado por muchas cosas, pero finalmente sucumbirá ante el Progreso encarnado por la Revolución. El Progreso, con mayúscula y sin complejos frente al pasado, se realizará con la instauración del Reino de la Virtud y la virtud no es otra que la razón hecha sociedad, la salida definitiva de la ignorancia, la superstición y el engaño que ha impedido la aplicación de aquellas formas racionales de gobierno y convivencia que han estado desde siempre, como potencia o posibilidad, inscritas en la naturaleza humana. Finalmente llegó el culto del Ser Supremo y el Terror, y los sumos sacerdotes de la virtud condenarían primero y serían condenados después en nombre de la razón-virtud” (MR)
“Condorcet : “una ciencia que anticipe el futuro progreso de la especie humana y que dirija y acelere este progreso deberá basarse en la historia del progreso ya alcanzado”. Este progreso puede dividirse en nueve épocas. La primera, sólo vislumbrada a través de la imaginación, es una época en la cual la humanidad vivía en una organización basada en el parentesco, con una economía y una cultura material sumamente simples y una religión incipiente. A través de las ocho épocas posteriores pasamos por los orígenes del lenguaje, la artesanía, la sociedad pastoril, las aldeas, las ciudades, el comercio, etc., hasta alcanzar las primeras altas cumbres de la antigua civilización clásica. A continuación la barbarie de la sociedad cristiana medieval, el renacimiento y el nacimiento de la ciencia moderna, y la novena época culmina con todo aquello que los filósofos de su tiempo ensalzaban apasionadamente. “Todo apunta al hecho de que nos estamos acercando a la época de una de las grandes revoluciones de la raza humana. El actual estado del conocimiento garantiza que será una revolución auspiciosa”. La 10ª época, aún por venir, representará finalmente el logro definitivo de la igualdad, la libertad y la justicia y la desaparición no sólo de la miseria y el hambre, sino también de todas las restantes coerciones impuestas a la mente humana.”(RN)

“Dos años antes de su muerte, acaecida en 1824, Thomas Jefferson, maravillado por el progreso alcanzado en la tierra y por todo lo que había visto en sus 81 años de vida, escribe: “Y nadie puede decir donde se detendrá este progreso. Entretanto, la barbarie ha ido retrocediendo ante el firme avance del perfeccionamiento, y confío en que con el tiempo desaparecerá de la faz de la tierra”. John Adams escribe sobre “el curso regular del progresivo perfeccionamiento” en las artes y las ciencias y llega a declarar  que “las instituciones establecidas ahora en Norteamérica perdurarán durante miles de años”. Benjamin Franklin, en una carta dirigida a su amigo Joseph Priestley en 1780 escribe “es imposible imaginar la Altura a que podrá llegar dentro de miles de años el poder del hombre sobre la Materia”. Éstos sentimientos eran comunes en la Norteamérica de los padres fundadores.”(RN)
“Lo esencial para Marx, como para Hegel, Kant y otros filósofos del progreso, es que el proceso histórico tiene un sentido que trasciende sus episodios concretos, una lógica general que conduce, independientemente de la conciencia que los hombres tengan de ello  a un estadio de perfección y plenitud, concebido bajo la forma de “Estado racional” por Hegel y como comunismo por Marx. En el fondo de ambas concepciones no es difícil reconocer el eco de la poderosa idea cristiana de la Providencia: esa fuerza rectora de los avatares de la vida humana que, aunque los hombres no la comprendan, va encaminando a la humanidad hacia el fin de la historia, que no es otro que la reconciliación del hombre con su creador.” (MR)
“Durante el siglo XIX la fe en el progreso alcanzó a ambos lados del Atlántico el status de una religión popular entre los miembros de la clase media, y fue considerada como una ley definitiva por amplios sectores de la intelectualidad.”(RN)
Comte con su Curso de filosofía positiva llega a la cumbre de la fe en el progreso. “Para Comte, la esencia del progreso humano es intelectual. La mentalidad de la humanidad ha evolucionado en el curso de miles de años a través de tres etapas: la teológica, la metafísica y la positiva o científica, que ahora se inicia.” (RN)

Aunque la “religión” del progreso permanecía casi intacta ya bien iniciado el siglo XX, poco a poco se fue corroyendo  por los terribles acontecimientos  que se sucedieron en su primera mitad y las nuevas visiones más sombrías del futuro que nos espera. Aparecen críticas que ya se habían formulado antes y otras nuevas. Recordemos las antiguas:
El progreso como decadencia: Rousseau
En agosto de 1750, pocos meses antes del célebre discurso de Turgot sobre el progreso universal, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) recibía la noticia de que había ganado el primer premio, es decir, una medalla de oro y la significativa suma de trescientos francos, por el ensayo que había presentado a la Academia de Dijon en respuesta a la pregunta de si “El progreso de las ciencias y de las artes había contribuido a purificar o a corromper las costumbres”. Fue el comienzo no sólo de una larga y exitosa carrera sino que en ese ensayo quedaría fundada una de las críticas más paradigmáticas a los fundamentos de la idea de progreso.
La respuesta de Rousseau a la pregunta de la Academia fue afirmar, lisa y llanamente, que el desarrollo de “las ciencias y las artes” corrompe las costumbres, dando una larga serie de ejemplos históricos para probar esta aserción. Con ello se invertía radicalmente el postulado básico de la idea del progreso, donde lo uno llevaba naturalmente a lo otro. Es decir, Rousseau no negaba el enorme progreso producido en cuanto a conocimientos, capacidades artísticas y productivas o riquezas pero veía justamente en ese progreso la fuente de la decadencia tanto moral como espiritual del hombre…
Más allá de los detalles y de su tono extremo, el famoso ensayo de Rousseau plantea una objeción a la idea dominante del progreso que hasta el día de hoy será repetida con distintos matices: la acumulación de bienes (el “materialismo” o la insistencia en el crecimiento económico) y/o de saberes (la infatuación de la ciencia y los peligros del poderío que esta da) empobrecen al hombre, haciéndolo unilateral, soberbio o simplemente desviándolo de una buena vida, es decir, una vida “natural”, virtuosa, mesurada o piadosa (de acuerdo a la inclinación del crítico). El “más” (riquezas, conocimientos) deja de ser equivalente a “mejor” (ser humano, sociedad) y puede incluso convertirse en la causa de un estado social y humano “peor”. Así, el individuo o el país más “rico” (materialmente) del mundo puede ser el más pobre (espiritualmente), es decir, el que vive más alejado de la naturaleza, de la virtud o de Dios. Para estos críticos, la regla a qué atenerse sigue siendo la de San Agustín: “Buscad lo suficiente, buscad lo que basta. Y no queráis más. Lo demás es agobio, no alivio; apesadumbra, no levanta.”
La crítica relativista: Herder
La crítica de Rousseau es sin duda importante y paradigmática, pero aún más significativa desde el punto de vista de los principios es la que formuló uno de los grandes contemporáneos de Kant: Johann Gottfried von Herder (1744-1803). La figura de Herder se alza en defensa de lo que él y muchos otros intelectuales alemanes sienten como una nación alemana amenazada de destrucción por el cosmopolitismo y el racionalismo ilustrado de matriz esencialmente francesa que quiere imponerle, en nombre de los supuestos principios universales de la razón, una forma de ser ajena. Ante ello, reivindica lo único de cada pueblo y llama a recobrarlo en su lengua, sus tradiciones y su folclore, en el sentimiento vivido de y por lo propio en todas sus expresiones, que es mucho más rico que la famosa razón. Por ello dice: “No se le puede infligir daño más grande a una nación que robarle su carácter nacional, las peculiaridades de su espíritu y de su idioma.”
El padre del romanticismo moderno cuestiona la posibilidad misma de hablar de progreso en los términos propios de la Ilustración, es decir, de un progreso universal válido para todos los pueblos o individuos que realizase una razón común a todos los seres humanos. Para Herder lo determinante son los pueblos (Volk) o naciones, que les dan a los individuos que a ellos pertenecen el sentido de su vida y de los valores que deben regirla. Ahora bien, cada pueblo tiene su naturaleza, su “espíritu o alma”, sus expresiones sociales y culturales, su destino y su concepto de la felicidad. Los pueblos son como plantas diferenciadas del jardín de la creación y no pueden ni deben ser medidos por el rasero (llámeselo razón, religión, moral, leyes, ciencia o lo que sea) de otro pueblo. Los pueblos y sus culturas son simplemente inconmensurables entre sí… 
Este es, según I. Berlin, el aporte más trascendental e innovador de Herder, a saber, el relativismo cultural: “La creencia no meramente en la multiplicidad, sino en la inconmensurabilidad de los valores de las diferentes culturas y sociedades; y, por añadidura, la creencia en la incompatibilidad de ideales igualmente válidos, junto con el corolario implícito de que las teorías clásicas de un hombre ideal y de una sociedad ideal son intrínsecamente incoherentes y erróneas.” 
El rechazo de un patrón único y universal del desarrollo o del bien en general cuestiona, sin embargo, no sólo el racionalismo de la Ilustración sino todo el universalismo de la tradición cristiano-occidental y la moral basada en la misma:
“Si se acepta la teoría de Herder de la igual validez de las culturas inconmensurables, los conceptos del Estado ideal o del hombre ideal se vuelven incoherentes (…) Esto constituye, tal vez, el golpe más certero y deliberado contra la filosofía clásica occidental, para la que es fundamental la posibilidad, al menos en principio, de hallar soluciones universales y eternas para los problemas de los valores.”..
Los límites del progreso: Malthus
Abordemos ahora el último de los tres críticos paradigmáticos de la idea del progreso que hemos nombrado: Thomas Robert Malthus (1766-1834). Se trata de uno de los más famosos pensadores británicos, con una amplia influencia en el campo tanto de la economía como de la demografía. Su fama proviene fundamentalmente de una obra publicada en 1798 que en su primera edición llevaba un larguísimo título: “Un ensayo sobre el principio de la población y sus efectos sobre el mejoramiento futuro de la sociedad con referencias a las especulaciones del Sr. Godwin, del Sr. Condorcet y de otros autores”. El título nos indica inmediatamente la intensión última de la obra: criticar algunos de los exponentes más fervientes de la idea del progreso que avizoraban ya el paso a una sociedad de gran abundancia y perfección. 
El argumento de Malthus … es que existe un límite natural a la acumulación de riquezas que no puede ser sobrepasado y que este límite condena a la gran masa de los seres humanos a vivir siempre en una situación de escasez y alta vulnerabilidad. El límite de que habla Malthus está dado por la tendencia de la humanidad a reproducirse más allá de las posibilidades del sistema económico de producir alimentos a un ritmo que iguale la rapidez del crecimiento poblacional, debiendo éste, finalmente, ser estabilizado por períodos de aguda pobreza, enfermedades crecientes y otros males. En el primer capítulo de su Ensayo dice: “La población, cuando no tiene límites, aumenta de una manera geométrica. Las subsistencias aumentan sólo de manera aritmética.” Esta es la simple base de su diagnóstico acerca de la imposibilidad de una “sociedad del bienestar” o de “la afluencia” como diríamos hoy:
“Esta desigualdad natural entre el poder de la población y la producción de la tierra (…)
forma la gran dificultad, a mi juicio insuperable, en el camino de la perfectibilidad de la
sociedad (…) Como se ve, esta objeción es decisiva contra la posibilidad de que exista
una sociedad en la que todos sus miembros pudiesen vivir acomodadamente, felices y sin trabajar demasiado, y en la que no sintiesen angustia acerca de la posibilidad de tener medios de subsistencia para ellos y sus familias.”
Lo importante en este contexto no es la validez del argumento exacto de Malthus, que
pronto probaría su falsedad, sino la idea misma de la existencia de límites naturales al
progreso económico, ya sea por el incremento de la población, el agotamiento de las
materias primas, la polución ambiental o cualquier otro argumento similar. Como se sabe, la idea de una colisión catastrófica entre crecimiento económico y sus condiciones naturales/medioambientales no sólo ha estado sino que está hoy en el centro del debate sobre los “límites del crecimiento” (para tomar prestado el título de un famoso informe de 1972 que pronosticaba el agotamiento inminente de una serie de materias primas estratégicas). El “más” (crecimiento económico o riqueza material) se convierte en esta perspectiva en un elemento destructivo que amenaza la propia sostenibilidad de la sociedad moderna y nos aleja, indefectiblemente, de cualquier futuro idílico basado en la abundancia ilimitada de bienes para todos como aquel que Marx imagino como “fase superior del comunismo” donde “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva.”” (MR)

En las postrimerías del siglo XX las dudas se incrementan; se cuestiona el avance indefinido de las ciencias (¿parálisis de la física?), persiste el miedo a un holocausto nuclear o a un desastre climático o a la globalización…
Desde la izquierda ecologista: 
“Puede defenderse la idea de que los fabulosos aumentos de productividad de los Treinta Gloriosos (las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial en que se edifican  los estados del bienestar occidentales y que van a grandes rasgos de 1945 a 1975) e incluso esos menos elevados de los decenios siguientes, en parte se basaron en exprimir el factor trabajo, en el uso intensivo de las tecnologías pesadas y en una explotación más allá de lo razonable de los recursos naturales, comenzando por los recursos energéticos fósiles y el clima, pero también las tierras cultivables, el agua, la biodiversidad, etc….
El pesimismo tiende a invadirnos cuando se constata el poder político y económico de los protagonistas del capitalismo del crecimiento infinito, así como también su influencia ideológica y mediática, pues esa gente no sólo vende productos, reales o financieros; venden sus ideas. Y como ellos saben también como Marx que las ideas son fuerzas materiales; y saben tan bien como Gramsci lo que significa la hegemonía cultural, ponen en ello todos los medios a su alcance. El marketing y el lobbying son sus armas de persuasión masiva. Cuando es posible, compran a los políticos. Sólo el sector financiero ha gastado así en los Estados Unidos 5000 millones de dólares en una quincena de años para obtener leyes de desregulación,..”(Gadrey, Marcellesi, Barragué: Adiós al crecimiento)

Acabo con un ejemplo negacionista radical:
“La palabra humanismo puede tener muchos significados, pero para nosotros significa creencia en el progreso. Creer en el progreso es creer que si usamos los nuevos poderes que nos ha dado el creciente conocimiento científico los seres humanos nos podremos liberar de los límites que circunscriben las vidas de otros animales. Ésa es la esperanza de prácticamente todo el mundo en la actualidad; sin embargo, carece de fundamento. Y es que, si bien es muy probable que el saber humano continué creciendo ( y con él, el poder humano), el animal humano seguirá siendo el mismo: una especie con una gran inventiva que es también una de las más depredadoras y destructivas….
Pero la perspectiva de una evolución humana consciente que él invoca es un espejismo. La idea de que la humanidad se haga cargo de su destino sólo tiene sentido si atribuimos conciencia e intención a la especie; pero Darwin descubrió que la verdad es que las especies son sólo corrientes en el fluido de los genes. Pensar que la humanidad puede modelar su propio futuro es presuponer que los humanos hemos sido eximidos de esa verdad.
No deja de ser factible, al menos en apariencia, que durante el próximo siglo la naturaleza humana sea remodelada científicamente. Si algo así se produce finalmente, no seguirá ningún designio preconcebido, sino que será el resultado final de una serie de luchas en ese terreno turbio por cuyo control pugnan las grandes empresas, el crimen organizado y los sectores encubiertos de los gobiernos. Si la especie humana es finalmente modificada, no será como resultado de la asunción por parte de la humanidad de un control divino de su destino: será otro de esos giros inesperados en los designios del hombre…
Las ciudades no son más artificiales que las colmenas de abejas. Internet es tan natural como una tela de araña. Según han escrito Margulis y Sagan, nosotros mismos somos artilugios tecnológicos inventados por antiguas comunidades bacterianas como modo de supervivencia genética: “somos parte de una intrincada red que procede de la conquista bacteriana original de la tierra. Nuestros poderes en inteligencia no nos pertenecen específicamente a nosotros, si no a la vida en su conjunto”. Concebir nuestros cuerpos como naturales y nuestra tecnologías como artificiales es dar demasiada importancia al accidente de nuestros orígenes. Si las máquinas nos acaban sustituyendo, supondrá un cambio evolutivo en nada diferente del que se produjo cuando las bacterias se combinaron para crear nuestros primeros antecesores.
El humanismo es una doctrina de salvación: la creencia en que la humanidad pueda hacerse con el control de su destino. Para los verdes, esto se ha traducido en una aspiración: la de que la humanidad se convierta en sabia administradora de los recursos del planeta. Pero cualquier persona que no cifre esperanzas vanas en su propia especie se dará cuenta de lo absurda que es la idea de que los propios seres humanos, a través de su acción, puedan salvarse a sí mismos o al planeta. Saben que el resultado final no está en manos humanas.Si las personas actúan como si no lo supieran, lo hacen llevadas por un antiguo instinto: la creencia en que los seres humanos pueden conseguirlo.” (John Gray: Perros de Paja)

“Para aquellos que viven dentro de un mito, este parece un hecho obvio. El progreso humano es un hecho obvio. Si uno lo acepta, se hace con un lugar en la gran marcha de la humanidad. Pero la humanidad, por supuesto, marcha hacia ninguna parte. La humanidad es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva. Aún así, el mito del progreso es extremadamente potente. Cuando pierde su poder, los que han vivido de acuerdo con él pasan a ser como esos condenados a perpetuidad que, liberados después de muchos años, no saben qué hacer con su libertad. Cuando se les arrebata la fe en el futuro, se les quita también la imagen que tenían de sí mismos. Si entonces optan por la muerte, es porque sin esa fe dejan de encontrarle sentido a la vida.” (John Gray: El silencio de los animales)

Ahora nos toca a cada uno elaborar nuestra propia reflexión.

Antonio Domínguez Camacho


Bibliografía:
John Bury, La idea de progreso, Madrid, Alianza, 1971. Está disponible en inglés en Internet en: http://www.gutenberg.org/files/4557/4557-h/4557-h.htm.
Robert Nisbet, Historia de la idea del progreso, Barcelona: Gedisa, 1991.
Vidal Peña, "Algunas preguntas sobre la idea de progreso". Revista El Basilisco, Nº 15 de la segunda época. Oviedo. Invierno de 1993.
Jose Mª Laso Prieto (2001), ¿Progreso o regresión?
J. Gadrey, F. Marcellesi, B. Barragué, “ADIÓS AL CRECIMIENTO” El Viejo Topo 2010
John Gray, “PERROS DE PAJA” Paidós 2003

John Gray, “EL SILENCIO DE LOS ANIMALES” Sexto Piso 2013
Y. Noah Harari, "HOMO DEUS", 2016 Debate

lunes, 13 de febrero de 2017

El Progreso

progreso
Del lat. progressus.
1. m. Acción de ir hacia delante.
2. m. Avance, adelanto, perfeccionamiento.
Recojo algunos mordiscos al tema del Progreso (¿idea, creencia, mito,..?), para recordar su evolución histórica (parcial o/y sesgada por escueta y subjetiva). Puede ser útil  para aquellos que no dispongan del tiempo necesario para leer los libros de la bibliografía:
“La esencia de la idea de progreso imperante en el mundo occidental puede enunciarse de manera sencilla: la humanidad ha avanzado en el pasado avanza actualmente y puede esperarse que continué avanzando en el futuro… La idea de progreso se ha referido desde los griegos al avance del conocimiento y más especialmente al tipo de conocimiento práctico contenido en las artes y las ciencias.”(La idea de progreso, de Robert Nisbet)
“La idea del progreso humano es pues una teoría que contiene una síntesis del pasado y una previsión del futuro. Se basa en una interpretación de la historia que considera al hombre caminando lentamente en una dirección definida y deseable e infiero que este progreso continuará indefinidamente. Ello implica que se llegará a alcanzar algún día una condición de felicidad general, que justifica el proceso total de la civilización, pues, si no, la dirección adoptada no sería la deseable. Ese proceso debe de ser el resultado necesario de la naturaleza psíquica y social del hombre, no debe hallarse a merced de ninguna voluntad externa ya que de no ser así no existiría la garantía de continuidad y de su final feliz y la idea de Progreso se convertiría paulatinamente en la de Providencia” (La idea del Progreso, John Bury)
“El concepto de progreso deriva su valor, su interés y su poder de sus referencias al futuro. Se puede concebir que la civilización haya avanzado gradualmente durante el pasado, pero la idea de progreso no aparece hasta que se conciba que la civilización está destinada a avanzar indefinidamente en el futuro. Las ideas necesitan de un clima intelectual y, por ello, trataré de mostrar que el clima intelectual de la antigüedad clásica y de los tiempos que la siguieron no eran propicios para el nacimiento de la doctrina del Progreso. Los obstáculos a su aparición no empezaron a ser superados definitivamente hasta el siglo XVI en el que gradualmente comenzó a prepararse una atmósfera favorable.”(JB)
“Los griegos aceptaban la vieja leyenda de una edad en la que los hombres desconocían la fatiga, la guerra y la enfermedad; era considerada como al estadio ideal en el que el hombre sería tremendamente afortunado caso de que pudiese volver a él. ..Para Platón el mundo fue creado y puesto en marcha por la divinidad y al ser obra suya era perfecto, pero no era inmortal y llevaba en sí el germen de la decadencia.Su duración era de setenta y dos mil años. Durante la primera mitad de ese periodo la uniformidad y el orden primigenio que le fue grabado por el creador se mantienen gracias a la dirección de éste pero luego se llegará a un punto a partir del cual el mundo comenzará por así decirlo a dar marcha atrás. La divinidad pierde influencia sobre la máquina, el orden se perturba y los últimos 36.000 años es un periodo de declive y degeneración. Al final de este período, el mundo abandonado a sí mismo, se disolverá en el caos, pero la divinidad volverá a tomar el timón restaurará las condiciones originales y todo el proceso comenzará de nuevo. La primera parte de este ciclo cósmico corresponde a la legendaria Edad de Oro en la que los hombres vivían feliz y sencillamente.” (JB)
“La teoría de los ciclos universales era tan corriente que puede ser descrita como la teoría ortodoxa del tiempo cósmico entre los griegos quienes la transmitieron a los romanos” (JB)
“Otra idea prevaleciente entre los griegos era la de la Moira. La fatalidad que implicaba resignación e impedía una atmósfera optimista de esperanza. ( Eran tres. En la tradición griega, se aparecían tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida. En origen muy bien podrían haber sido diosas de los nacimientos, adquiriendo más tarde su papel como verdaderas señoras del destino. Por todo ello, y en especial por el predominante papel de Átropos, las Moiras inspiraban gran temor y reverencia, aunque podían ser adoradas como otras diosas: las novias atenienses les ofrecían mechones de pelo y las mujeres juraban por ellas. Aunque Zeus era conocedor y administrador del destino de los hombres en tanto soberano del orden establecido, pero no decisor último del mismo; pero lo que cada hombre podría o no conseguir a lo largo de su existencia, el límite temporal a ésta y su finalidad predeterminada eran competencia exclusiva de las Moiras.” (Wikipedia))

“La idea del universo que prevaleció en la edad media y la orientación general del pensamiento humano eran incompatibles con algunos de los postulados fundamentales que requiere la teoría del progreso. Según la teoría cristiana, elaborada por los padres de la Iglesia, y especialmente por San Agustín, el propósito del movimiento de la historia es asegurar la felicidad de una pequeña parte del género humano en otro mundo. Para San Agustín, como para todo creyente medieval, el curso de la historia se completaría de modo satisfactorio si el mundo llegase a su fin durante su propia vida. No estaba interesado por el tema de si alguna mejoría de la sociedad o aumento del saber podrían llenar el periodo de tiempo que quedaba hasta el día del juicio. En el sistema de San Agustín, la era cristiana introducía el último periodo de la historia, la vejez de la humanidad que duraría solamente hasta que Dios pudiese reunir el número predestinado de los elegidos.” (JB)
“Todavía la doctrina medieval entiende la historia no como un desarrollo natural, sino como una serie de acontecimientos ordenados por la intervención divina y las revelaciones. Si la humanidad hubiese sido dejada a su propio arbitrio, hubiera arribado a un puerto poco deseable y todos los hombres hubiesen sufrido el destino de la perpetua miseria de la que la intervención sobrenatural rescató a una minoría. La creencia en la Providencia podría compartirse, de hecho ocurrió en una edad posterior con la creencia en el progreso, dentro de un mismo espíritu, pero los postulados fundamentales de ambas eran incongruentes y la doctrina del progreso no podía germinar mientras la doctrina de la Providencia se hallase en una supremacía indiscutida. Y la doctrina de la Providencia, tal como fue desarrollada  en la Ciudad de Dios de San Agustín dominó el pensamiento de la edad media.”(JB)
“Su tiempo fue un tiempo apocalíptico y la Ciudad de Dios  (escrita entre 413 y 426) es una gran respuesta a la ansiedad y tremenda perplejidad que la caída de Roma en 410 provocó en todo aquel mundo romano del cual San Agustín era parte integrante y un representante excelso. Roma, que a sí misma se veía como la “ciudad eterna”, no lo era y para explicarlo elabora su teoría de las dos ciudades, la mundana, civitas terrena, y la de Dios, civitas Dei: una perecible y la otra eterna; una cuyo destino era parte del ciclo de auges y caídas propios de todo lo humano y la otra marcada por su historia progresiva, coherente y lineal, que la lleva a ese fin apoteósico de los tiempos establecido desde siempre en el logos divino; una frente a la cual no se puede ser sino pesimista dada su condenación intrínseca, y la otra iluminada por el optimismo de la promesa de una salvación dada por la gracia divina. Se trata de una dualidad que se basa en una división profunda, y profundamente antimoderna, del género o linaje humano en dos especies con destinos muy diversos: el “pueblo de Dios”, es decir los elegidos por la gracia divina, y el resto. He aquí algunas frases esclarecedoras al respecto tomadas del primer capítulo del libro de la Ciudad de Dios titulado Principio de las dos ciudades en la Tierra que hablan de la división del linaje humano “en dos géneros: el uno de los que viven según el hombre, y el otro, según Dios; y a esto llamamos también místicamente dos ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de hombres de las cuales la una estaba predestinada para reinar eternamente con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el demonio”. Es por ello que es sólo en el seno del pueblo de Dios y su ciudad donde hay progreso, un progreso que eleva al ser humano de lo terrenal a lo celestial: “la educación del linaje humano representado por el pueblo de Dios ha avanzado como la de un individuo, a través de ciertas épocas, o, por decirlo así,  edades, de modo que pudo elevarse gradualmente de las cosas terrenas a las celestiales, de lo visible a lo invisible.” (Mauricio Rojas, La idea de progreso y el concepto de desarrollo)
“Además, existía la doctrina del pecado original, obstáculo insuperable para la mejora moral del género humano mediante algún proceso gradual de desarrollo”(JB).

“Países civilizados de Europa emplearon unos 300 años para pasar del clima mental del medioevo al del mundo moderno… Se restauró la confianza en la razón humana y se reconoció que la vida en este planeta poseía un valor independiente de cualquier temor o esperanza relacionados con una vida ultraterrena. Los hombres recurrieron a la guía de los pensadores griegos y romanos y resucitaron el espíritu del mundo antiguo para exorcizar los fantasmas de las edades oscuras y tristes. Se volvieron así hacia una civilización pasada que entronizaron como un ideal en su ardor por los nuevos descubrimientos y en su reacción antimedieval ,con lo que apareció una nueva fuente de autoridad: la autoridad de los escritores de la antigüedad.”
“El florecimiento de la matemática y las ciencias naturales será un elemento fundamental de este proceso de engrandecimiento del hombre, uno de cuyos momentos culminantes es la publicación, en 1687, de “Los principios matemáticos de la filosofía natural” de Isaac Newton. Se hacía cada vez más evidente que el universo creado era plenamente comprensible para el hombre y con ello, en el fondo, el creador o Dios mismo lo era. Todo lo creado seguía un plan lógico, matemático, cuya gran conceptualización sería obra del célebre contemporáneo de Newton, Leibniz. Para todo lo existente expresa un desarrollo progresivo en el sentido aristotélico de la palabra, donde todo lo que ha llegado a ser es una manifestación de lo que era potencialmente posible desde siempre. Se forma así lo que Leibniz llamó una cadena que une todo lo existente, desde lo más remoto e inanimado hasta la existencia superior del ser humano y la venidera Ciudad de Dios, en un gran desarrollo donde se busca que la plenitud de la potencia se transforme en la plenitud del acto, para decirlo con Aristóteles. (MR)
A lo largo del siglo XVI, si bien tímida y esporádicamente, los hombres empezaron a rebelarse contra la tiranía de la antigüedad o, mejor, a preparar el camino hacia una rebelión abierta que se produciría en el siglo XVII. Pronto empezaron a mostrarse brechas en la orgullosa acrópolis del saber antiguo. Copérnico minó la autoridad de Tolomeo y sus predecesores, las investigaciones anatómicas de Vesalio dañaron el prestigio de Galeno, Aristóteles fue atacado en diferentes frentes... En algunas ramas de la ciencia comenzó una innovación que sirvió de heraldo para una revolución radical en el estudio de los fenómenos naturales, aunque el significado general de las perspectivas que habrían  esas investigaciones era tan sólo vagamente atisbado en aquellos tiempos… Rehabilitar al hombre natural, proclamar que debería ser el dueño de su propio destino, afirmar su libertad en el campo de la literatura y del arte, fue la tarea del primer renacimiento. El problema del renacimiento tardío consistía en completar esa emancipación en el terreno del pensamiento filosófico”(JB)
“Los antiguos contra los modernos. Por un lado, estaban en el siglo XVII aquellos que creían que nada de lo que se había escrito o realizado intelectualmente en los tiempos modernos igualaba la calidad de las obras de la antigüedad clásica. Para los partidarios de los antiguos no había en los tiempos modernos nadie que pudiera compararse con Homero, Esquilo, Platón, Lucrecio o Séneca… Fontenelle, partidario de los modernos argumenta  que dada la invariabilidad de las leyes de la naturaleza (Descartes) la mente humana de hoy tiene las mismas facultades, es decir, la razón y la imaginación, y la misma riqueza y potencia que en el pasado. No existe ninguna prueba que atestigüé la degeneración de la razón humana desde la época de los griegos. Y si los hombres de nuestro tiempo están tan bien constituidos física y mentalmente como lo estaban los hombres de la antigüedad, se desprende que ha habido y seguirá habiendo un definido avance tanto de las artes como de las ciencias, simplemente porque cada era tiene la posibilidad de desarrollar lo que le han legado las eras precedentes. “(RN)

“Los modernos ganaron la batalla y a comienzos del siglo XVII esta concepción modernista era la más aceptada entre un creciente número de intelectuales: que la humanidad ha avanzado culturalmente, avanza hoy y continuará avanzando durante un largo tiempo por venir, y que este avance es el resultado exclusivamente de causas naturales y humanas” (RN).
continuará

Antonio Domínguez Camacho