miércoles, 15 de febrero de 2017

El Progreso (2)

“Entre los estudiosos del desarrollo de la idea del progreso hay bastante acuerdo en atribuirle a un joven de 23 años el lanzamiento de la primera versión plenamente articulada de la idea del progreso. Se trata del célebre discurso que A. R. J. Turgot pronunció el 11 de diciembre de 1750 en la Sorbona. Aquí aparece una historia conjunta y progresiva de la humanidad que se diferencia esencialmente de la historia meramente repetitiva de la naturaleza. El hombre acumula porque recuerda y por ello mismo avanza, la naturaleza no hace sino repetirse. Así comienza ese gran discurso: “Los fenómenos de la naturaleza, sometidos a leyes constantes, están encerrados en un círculo de revoluciones siempre iguales. En las sucesivas generaciones, por las que los vegetales o los animales se reproducen, el tiempo no hace sino restablecer a cada instante la imagen de lo que ha hecho desaparecer. La sucesión de los hombres, al contrario, ofrece de siglo en siglo un espectáculo siempre variado. La razón, las pasiones, la libertad producen sin cesar nuevos acontecimientos. Todas las edades están encadenadas las unas a las otras por una serie de causas y efectos, que enlazan el estado presente del mundo a todos los que le han precedido. Los signos arbitrarios del lenguaje y de la escritura, al dar a los hombres el medio de asegurar la posesión de sus ideas y de comunicarlas a los otros, han formado con todos los conocimiento particulares un tesoro común que una generación transmite a la otra, constituyendo así la herencia, siempre aumentada, de descubrimientos de cada siglo. El género humano, considerado desde su origen, parece a los ojos de un filósofo un todo inmenso que tiene, como cada individuo, su infancia y sus progresos (...) La masa total del género humano, con alternativas de calma y agitación, de bienes y males, marcha siempre –aunque a paso lento– hacia una perfección mayor.” (Wikipedia)
“Años después de la muerte de Turgot  Francia se vería conmovida por aquella gran revolución que cambiaría para siempre el mundo. El viejo orden fue no sólo derrocado sino llevado literalmente al patíbulo. Será condenado por muchas cosas, pero finalmente sucumbirá ante el Progreso encarnado por la Revolución. El Progreso, con mayúscula y sin complejos frente al pasado, se realizará con la instauración del Reino de la Virtud y la virtud no es otra que la razón hecha sociedad, la salida definitiva de la ignorancia, la superstición y el engaño que ha impedido la aplicación de aquellas formas racionales de gobierno y convivencia que han estado desde siempre, como potencia o posibilidad, inscritas en la naturaleza humana. Finalmente llegó el culto del Ser Supremo y el Terror, y los sumos sacerdotes de la virtud condenarían primero y serían condenados después en nombre de la razón-virtud” (MR)
“Condorcet : “una ciencia que anticipe el futuro progreso de la especie humana y que dirija y acelere este progreso deberá basarse en la historia del progreso ya alcanzado”. Este progreso puede dividirse en nueve épocas. La primera, sólo vislumbrada a través de la imaginación, es una época en la cual la humanidad vivía en una organización basada en el parentesco, con una economía y una cultura material sumamente simples y una religión incipiente. A través de las ocho épocas posteriores pasamos por los orígenes del lenguaje, la artesanía, la sociedad pastoril, las aldeas, las ciudades, el comercio, etc., hasta alcanzar las primeras altas cumbres de la antigua civilización clásica. A continuación la barbarie de la sociedad cristiana medieval, el renacimiento y el nacimiento de la ciencia moderna, y la novena época culmina con todo aquello que los filósofos de su tiempo ensalzaban apasionadamente. “Todo apunta al hecho de que nos estamos acercando a la época de una de las grandes revoluciones de la raza humana. El actual estado del conocimiento garantiza que será una revolución auspiciosa”. La 10ª época, aún por venir, representará finalmente el logro definitivo de la igualdad, la libertad y la justicia y la desaparición no sólo de la miseria y el hambre, sino también de todas las restantes coerciones impuestas a la mente humana.”(RN)

“Dos años antes de su muerte, acaecida en 1824, Thomas Jefferson, maravillado por el progreso alcanzado en la tierra y por todo lo que había visto en sus 81 años de vida, escribe: “Y nadie puede decir donde se detendrá este progreso. Entretanto, la barbarie ha ido retrocediendo ante el firme avance del perfeccionamiento, y confío en que con el tiempo desaparecerá de la faz de la tierra”. John Adams escribe sobre “el curso regular del progresivo perfeccionamiento” en las artes y las ciencias y llega a declarar  que “las instituciones establecidas ahora en Norteamérica perdurarán durante miles de años”. Benjamin Franklin, en una carta dirigida a su amigo Joseph Priestley en 1780 escribe “es imposible imaginar la Altura a que podrá llegar dentro de miles de años el poder del hombre sobre la Materia”. Éstos sentimientos eran comunes en la Norteamérica de los padres fundadores.”(RN)
“Lo esencial para Marx, como para Hegel, Kant y otros filósofos del progreso, es que el proceso histórico tiene un sentido que trasciende sus episodios concretos, una lógica general que conduce, independientemente de la conciencia que los hombres tengan de ello  a un estadio de perfección y plenitud, concebido bajo la forma de “Estado racional” por Hegel y como comunismo por Marx. En el fondo de ambas concepciones no es difícil reconocer el eco de la poderosa idea cristiana de la Providencia: esa fuerza rectora de los avatares de la vida humana que, aunque los hombres no la comprendan, va encaminando a la humanidad hacia el fin de la historia, que no es otro que la reconciliación del hombre con su creador.” (MR)
“Durante el siglo XIX la fe en el progreso alcanzó a ambos lados del Atlántico el status de una religión popular entre los miembros de la clase media, y fue considerada como una ley definitiva por amplios sectores de la intelectualidad.”(RN)
Comte con su Curso de filosofía positiva llega a la cumbre de la fe en el progreso. “Para Comte, la esencia del progreso humano es intelectual. La mentalidad de la humanidad ha evolucionado en el curso de miles de años a través de tres etapas: la teológica, la metafísica y la positiva o científica, que ahora se inicia.” (RN)

Aunque la “religión” del progreso permanecía casi intacta ya bien iniciado el siglo XX, poco a poco se fue corroyendo  por los terribles acontecimientos  que se sucedieron en su primera mitad y las nuevas visiones más sombrías del futuro que nos espera. Aparecen críticas que ya se habían formulado antes y otras nuevas. Recordemos las antiguas:
El progreso como decadencia: Rousseau
En agosto de 1750, pocos meses antes del célebre discurso de Turgot sobre el progreso universal, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) recibía la noticia de que había ganado el primer premio, es decir, una medalla de oro y la significativa suma de trescientos francos, por el ensayo que había presentado a la Academia de Dijon en respuesta a la pregunta de si “El progreso de las ciencias y de las artes había contribuido a purificar o a corromper las costumbres”. Fue el comienzo no sólo de una larga y exitosa carrera sino que en ese ensayo quedaría fundada una de las críticas más paradigmáticas a los fundamentos de la idea de progreso.
La respuesta de Rousseau a la pregunta de la Academia fue afirmar, lisa y llanamente, que el desarrollo de “las ciencias y las artes” corrompe las costumbres, dando una larga serie de ejemplos históricos para probar esta aserción. Con ello se invertía radicalmente el postulado básico de la idea del progreso, donde lo uno llevaba naturalmente a lo otro. Es decir, Rousseau no negaba el enorme progreso producido en cuanto a conocimientos, capacidades artísticas y productivas o riquezas pero veía justamente en ese progreso la fuente de la decadencia tanto moral como espiritual del hombre…
Más allá de los detalles y de su tono extremo, el famoso ensayo de Rousseau plantea una objeción a la idea dominante del progreso que hasta el día de hoy será repetida con distintos matices: la acumulación de bienes (el “materialismo” o la insistencia en el crecimiento económico) y/o de saberes (la infatuación de la ciencia y los peligros del poderío que esta da) empobrecen al hombre, haciéndolo unilateral, soberbio o simplemente desviándolo de una buena vida, es decir, una vida “natural”, virtuosa, mesurada o piadosa (de acuerdo a la inclinación del crítico). El “más” (riquezas, conocimientos) deja de ser equivalente a “mejor” (ser humano, sociedad) y puede incluso convertirse en la causa de un estado social y humano “peor”. Así, el individuo o el país más “rico” (materialmente) del mundo puede ser el más pobre (espiritualmente), es decir, el que vive más alejado de la naturaleza, de la virtud o de Dios. Para estos críticos, la regla a qué atenerse sigue siendo la de San Agustín: “Buscad lo suficiente, buscad lo que basta. Y no queráis más. Lo demás es agobio, no alivio; apesadumbra, no levanta.”
La crítica relativista: Herder
La crítica de Rousseau es sin duda importante y paradigmática, pero aún más significativa desde el punto de vista de los principios es la que formuló uno de los grandes contemporáneos de Kant: Johann Gottfried von Herder (1744-1803). La figura de Herder se alza en defensa de lo que él y muchos otros intelectuales alemanes sienten como una nación alemana amenazada de destrucción por el cosmopolitismo y el racionalismo ilustrado de matriz esencialmente francesa que quiere imponerle, en nombre de los supuestos principios universales de la razón, una forma de ser ajena. Ante ello, reivindica lo único de cada pueblo y llama a recobrarlo en su lengua, sus tradiciones y su folclore, en el sentimiento vivido de y por lo propio en todas sus expresiones, que es mucho más rico que la famosa razón. Por ello dice: “No se le puede infligir daño más grande a una nación que robarle su carácter nacional, las peculiaridades de su espíritu y de su idioma.”
El padre del romanticismo moderno cuestiona la posibilidad misma de hablar de progreso en los términos propios de la Ilustración, es decir, de un progreso universal válido para todos los pueblos o individuos que realizase una razón común a todos los seres humanos. Para Herder lo determinante son los pueblos (Volk) o naciones, que les dan a los individuos que a ellos pertenecen el sentido de su vida y de los valores que deben regirla. Ahora bien, cada pueblo tiene su naturaleza, su “espíritu o alma”, sus expresiones sociales y culturales, su destino y su concepto de la felicidad. Los pueblos son como plantas diferenciadas del jardín de la creación y no pueden ni deben ser medidos por el rasero (llámeselo razón, religión, moral, leyes, ciencia o lo que sea) de otro pueblo. Los pueblos y sus culturas son simplemente inconmensurables entre sí… 
Este es, según I. Berlin, el aporte más trascendental e innovador de Herder, a saber, el relativismo cultural: “La creencia no meramente en la multiplicidad, sino en la inconmensurabilidad de los valores de las diferentes culturas y sociedades; y, por añadidura, la creencia en la incompatibilidad de ideales igualmente válidos, junto con el corolario implícito de que las teorías clásicas de un hombre ideal y de una sociedad ideal son intrínsecamente incoherentes y erróneas.” 
El rechazo de un patrón único y universal del desarrollo o del bien en general cuestiona, sin embargo, no sólo el racionalismo de la Ilustración sino todo el universalismo de la tradición cristiano-occidental y la moral basada en la misma:
“Si se acepta la teoría de Herder de la igual validez de las culturas inconmensurables, los conceptos del Estado ideal o del hombre ideal se vuelven incoherentes (…) Esto constituye, tal vez, el golpe más certero y deliberado contra la filosofía clásica occidental, para la que es fundamental la posibilidad, al menos en principio, de hallar soluciones universales y eternas para los problemas de los valores.”..
Los límites del progreso: Malthus
Abordemos ahora el último de los tres críticos paradigmáticos de la idea del progreso que hemos nombrado: Thomas Robert Malthus (1766-1834). Se trata de uno de los más famosos pensadores británicos, con una amplia influencia en el campo tanto de la economía como de la demografía. Su fama proviene fundamentalmente de una obra publicada en 1798 que en su primera edición llevaba un larguísimo título: “Un ensayo sobre el principio de la población y sus efectos sobre el mejoramiento futuro de la sociedad con referencias a las especulaciones del Sr. Godwin, del Sr. Condorcet y de otros autores”. El título nos indica inmediatamente la intensión última de la obra: criticar algunos de los exponentes más fervientes de la idea del progreso que avizoraban ya el paso a una sociedad de gran abundancia y perfección. 
El argumento de Malthus … es que existe un límite natural a la acumulación de riquezas que no puede ser sobrepasado y que este límite condena a la gran masa de los seres humanos a vivir siempre en una situación de escasez y alta vulnerabilidad. El límite de que habla Malthus está dado por la tendencia de la humanidad a reproducirse más allá de las posibilidades del sistema económico de producir alimentos a un ritmo que iguale la rapidez del crecimiento poblacional, debiendo éste, finalmente, ser estabilizado por períodos de aguda pobreza, enfermedades crecientes y otros males. En el primer capítulo de su Ensayo dice: “La población, cuando no tiene límites, aumenta de una manera geométrica. Las subsistencias aumentan sólo de manera aritmética.” Esta es la simple base de su diagnóstico acerca de la imposibilidad de una “sociedad del bienestar” o de “la afluencia” como diríamos hoy:
“Esta desigualdad natural entre el poder de la población y la producción de la tierra (…)
forma la gran dificultad, a mi juicio insuperable, en el camino de la perfectibilidad de la
sociedad (…) Como se ve, esta objeción es decisiva contra la posibilidad de que exista
una sociedad en la que todos sus miembros pudiesen vivir acomodadamente, felices y sin trabajar demasiado, y en la que no sintiesen angustia acerca de la posibilidad de tener medios de subsistencia para ellos y sus familias.”
Lo importante en este contexto no es la validez del argumento exacto de Malthus, que
pronto probaría su falsedad, sino la idea misma de la existencia de límites naturales al
progreso económico, ya sea por el incremento de la población, el agotamiento de las
materias primas, la polución ambiental o cualquier otro argumento similar. Como se sabe, la idea de una colisión catastrófica entre crecimiento económico y sus condiciones naturales/medioambientales no sólo ha estado sino que está hoy en el centro del debate sobre los “límites del crecimiento” (para tomar prestado el título de un famoso informe de 1972 que pronosticaba el agotamiento inminente de una serie de materias primas estratégicas). El “más” (crecimiento económico o riqueza material) se convierte en esta perspectiva en un elemento destructivo que amenaza la propia sostenibilidad de la sociedad moderna y nos aleja, indefectiblemente, de cualquier futuro idílico basado en la abundancia ilimitada de bienes para todos como aquel que Marx imagino como “fase superior del comunismo” donde “corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva.”” (MR)

En las postrimerías del siglo XX las dudas se incrementan; se cuestiona el avance indefinido de las ciencias (¿parálisis de la física?), persiste el miedo a un holocausto nuclear o a un desastre climático o a la globalización…
Desde la izquierda ecologista: 
“Puede defenderse la idea de que los fabulosos aumentos de productividad de los Treinta Gloriosos (las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial en que se edifican  los estados del bienestar occidentales y que van a grandes rasgos de 1945 a 1975) e incluso esos menos elevados de los decenios siguientes, en parte se basaron en exprimir el factor trabajo, en el uso intensivo de las tecnologías pesadas y en una explotación más allá de lo razonable de los recursos naturales, comenzando por los recursos energéticos fósiles y el clima, pero también las tierras cultivables, el agua, la biodiversidad, etc….
El pesimismo tiende a invadirnos cuando se constata el poder político y económico de los protagonistas del capitalismo del crecimiento infinito, así como también su influencia ideológica y mediática, pues esa gente no sólo vende productos, reales o financieros; venden sus ideas. Y como ellos saben también como Marx que las ideas son fuerzas materiales; y saben tan bien como Gramsci lo que significa la hegemonía cultural, ponen en ello todos los medios a su alcance. El marketing y el lobbying son sus armas de persuasión masiva. Cuando es posible, compran a los políticos. Sólo el sector financiero ha gastado así en los Estados Unidos 5000 millones de dólares en una quincena de años para obtener leyes de desregulación,..”(Gadrey, Marcellesi, Barragué: Adiós al crecimiento)

Acabo con un ejemplo negacionista radical:
“La palabra humanismo puede tener muchos significados, pero para nosotros significa creencia en el progreso. Creer en el progreso es creer que si usamos los nuevos poderes que nos ha dado el creciente conocimiento científico los seres humanos nos podremos liberar de los límites que circunscriben las vidas de otros animales. Ésa es la esperanza de prácticamente todo el mundo en la actualidad; sin embargo, carece de fundamento. Y es que, si bien es muy probable que el saber humano continué creciendo ( y con él, el poder humano), el animal humano seguirá siendo el mismo: una especie con una gran inventiva que es también una de las más depredadoras y destructivas….
Pero la perspectiva de una evolución humana consciente que él invoca es un espejismo. La idea de que la humanidad se haga cargo de su destino sólo tiene sentido si atribuimos conciencia e intención a la especie; pero Darwin descubrió que la verdad es que las especies son sólo corrientes en el fluido de los genes. Pensar que la humanidad puede modelar su propio futuro es presuponer que los humanos hemos sido eximidos de esa verdad.
No deja de ser factible, al menos en apariencia, que durante el próximo siglo la naturaleza humana sea remodelada científicamente. Si algo así se produce finalmente, no seguirá ningún designio preconcebido, sino que será el resultado final de una serie de luchas en ese terreno turbio por cuyo control pugnan las grandes empresas, el crimen organizado y los sectores encubiertos de los gobiernos. Si la especie humana es finalmente modificada, no será como resultado de la asunción por parte de la humanidad de un control divino de su destino: será otro de esos giros inesperados en los designios del hombre…
Las ciudades no son más artificiales que las colmenas de abejas. Internet es tan natural como una tela de araña. Según han escrito Margulis y Sagan, nosotros mismos somos artilugios tecnológicos inventados por antiguas comunidades bacterianas como modo de supervivencia genética: “somos parte de una intrincada red que procede de la conquista bacteriana original de la tierra. Nuestros poderes en inteligencia no nos pertenecen específicamente a nosotros, si no a la vida en su conjunto”. Concebir nuestros cuerpos como naturales y nuestra tecnologías como artificiales es dar demasiada importancia al accidente de nuestros orígenes. Si las máquinas nos acaban sustituyendo, supondrá un cambio evolutivo en nada diferente del que se produjo cuando las bacterias se combinaron para crear nuestros primeros antecesores.
El humanismo es una doctrina de salvación: la creencia en que la humanidad pueda hacerse con el control de su destino. Para los verdes, esto se ha traducido en una aspiración: la de que la humanidad se convierta en sabia administradora de los recursos del planeta. Pero cualquier persona que no cifre esperanzas vanas en su propia especie se dará cuenta de lo absurda que es la idea de que los propios seres humanos, a través de su acción, puedan salvarse a sí mismos o al planeta. Saben que el resultado final no está en manos humanas.Si las personas actúan como si no lo supieran, lo hacen llevadas por un antiguo instinto: la creencia en que los seres humanos pueden conseguirlo.” (John Gray: Perros de Paja)

“Para aquellos que viven dentro de un mito, este parece un hecho obvio. El progreso humano es un hecho obvio. Si uno lo acepta, se hace con un lugar en la gran marcha de la humanidad. Pero la humanidad, por supuesto, marcha hacia ninguna parte. La humanidad es una ficción compuesta a partir de miles de millones de individuos para los cuales la vida es singular y definitiva. Aún así, el mito del progreso es extremadamente potente. Cuando pierde su poder, los que han vivido de acuerdo con él pasan a ser como esos condenados a perpetuidad que, liberados después de muchos años, no saben qué hacer con su libertad. Cuando se les arrebata la fe en el futuro, se les quita también la imagen que tenían de sí mismos. Si entonces optan por la muerte, es porque sin esa fe dejan de encontrarle sentido a la vida.” (John Gray: El silencio de los animales)

Ahora nos toca a cada uno elaborar nuestra propia reflexión.

Antonio Domínguez Camacho


Bibliografía:
John Bury, La idea de progreso, Madrid, Alianza, 1971. Está disponible en inglés en Internet en: http://www.gutenberg.org/files/4557/4557-h/4557-h.htm.
Robert Nisbet, Historia de la idea del progreso, Barcelona: Gedisa, 1991.
Vidal Peña, "Algunas preguntas sobre la idea de progreso". Revista El Basilisco, Nº 15 de la segunda época. Oviedo. Invierno de 1993.
Jose Mª Laso Prieto (2001), ¿Progreso o regresión?
J. Gadrey, F. Marcellesi, B. Barragué, “ADIÓS AL CRECIMIENTO” El Viejo Topo 2010
John Gray, “PERROS DE PAJA” Paidós 2003

John Gray, “EL SILENCIO DE LOS ANIMALES” Sexto Piso 2013
Y. Noah Harari, "HOMO DEUS", 2016 Debate

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