domingo, 19 de febrero de 2017

Extracto de los diálogos entre Carlo Borondi y Zygmunt Bauman a propósito del Progreso

Borondi
Aunque parece un concepto inherente a la naturaleza humana la idea de progreso es un concepto relativamente reciente. Los clásicos tenían el mito de la Edad de Oro de la que lo humano fue expulsado. Platón veía su propia época como un periodo de declive con la añoranza del regreso a la simplicidad de la existencia natural. Aristóteles teorizó sobre los ciclos históricos que se repiten. Horacio escribe convencido de que el tiempo es el enemigo de lo humano y solo se puede esperar lo peor del futuro. Restringidos a la experiencia humana y la cortedad de la vida se sentían atrapados y no podían ver más allá de esa experiencia e imaginarse el futuro. Excepciones son Demócrito y Epicuro que no creían en la Edad de Oro, Lucrecio que introduce una cierta idea de progreso (predetemptim progredientis) no escapa de la perspectiva apocalíptica de un mundo destinado a acabar.
El cambio de mentalidad aparece con Bacon. Al introducir en método inductivo dice que el saber tiene una finalidad útil que es la de promover la felicidad humana. Esa misma idea la comparten Fontenelle, Descartes, Hobbes y Spinoza y más tarde por los ilustrados Montesquieu, Voltaire y Turgot.
A partir de esa matriz única ilustrada, la idea de progreso toma dos rumbos. Por una parte Adam Smith, la riqueza a través del libre comercio y el consumo, y por otra Hegel a Marx progreso como liberación. Ambas visiones entran en crisis en el siglo XX con la mercantilización de los valores y la caída de las experiencias comunistas. De esa coincidencia Borondi concluye que se inicia la crisis de la modernidad y por tanto de su esencia: fe en la tecnología, esperanza de mejora continua y la creencia en las ideologías. En resumidas cuentas, la confianza en el progreso. La modernidad a través de sus ideologías y la fe en el progreso promete un mundo mejor aquí y ahora sustituyendo la de un mundo mejor tras la muerte que prometen las religiones. Por tanto se crea una ética del trabajo como valor moral que conduce a ese mundo mejor. La idea medieval de trabajar para subsistir es suplantada por el trabajo como identidad y obligación moral por encima de la necesidad para construir ese futuro que promete el progreso. Esta promesa se vio cumplida con la apoteosis del consumo. El esfuerzo del trabajo fue recompensado. A partir de ahí la negociación entre empresarios y sindicatos se ha mantenido dentro de este mito. 
La crisis de la modernidad nos ha traído nuevas ideas como: el límite del crecimiento continuo, la economía del bien común, la crisis de recursos, la especie humano en el ecosistema, etc. De hecho el concepto de progreso está evolucionando: para algunos el cambio consiste en sustituir “felicidad a través del consumo” por “felicidad mediante la calidad de vida”, para otros simplemente han abandonado el mito del progreso y lo reemplazan por una cultura de lo inmediato, dando por hecho que no se espera ya un futuro mejor. Está última mentalidad se aferra a lo que ya se tiene, con la angustia del miedo a perderlo y paradójicamente, se parece de nuevo a la idea de futuro de griegos y romanos clásicos.

Bauman
La idea del “Progreso” desde su nacimiento ha sido un concepto vectorial, predeterminado e imparable, cuya flecha trata de escapar de: salvajismo, servidumbre, ignorancia, sumisión natural, lo malo, lo penoso y lo imperfecto para avanzar hacia: civilización, libertad, conocimiento, poder sobre lo natural, lo bueno, lo confortable, lo perfecto.
El “progreso” fue la fe de Europa durante el culmen de su poder, la época del imperialismo, precisamente las guerras que se suceden a esa voracidad imperial entre europeos inicia la decadencia del mito del progreso.
¿Es un mito la idea de progreso? Para los que viven dentro del mito, este parece un hecho obvio. Si uno lo acepta se hace un lugar en la gran marcha de la humanidad. Pero la humanidad no marcha hacia ninguna parte. El concepto de humanidad como un todo es una ficción compuesta de miles de millones de individuos para los que la vida es singular y definitiva. Pero tras los avances de los dos últimos siglos el mito del progreso se ha hecho muy potente. Cuando el mito pierda su fuerza e influjo, los que han vivido de acuerdo con él pasan a ser como esos condenados a perpetuidad que, liberados después de muchos años, no saben que hacer con su libertad, pierden la imagen que tenían de sí mismos y ni siquiera están seguros de que valga la pena defenderla ni reivindicarla. Aparece la confusión, desorientación, vida rebanada que va a la deriva.
A este estado Bauman le llama “síndrome de incertidumbre”. Lo que hace años era esperanza en el futuro es ahora temor al futuro. La palabra progreso pasa a contener el significado de amenaza. Entre los diferentes significados de la “amenaza” se incluyen la pérdida de confianza en los instrumentos de acción colectiva: democracia, estado, unidad territorial soberana.

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