Decía yo hace un tiempo, y ahora
caminando hacia los 77 retomo lo dicho, hablando de otro tema:
“En el fondo, el único problema
no resuelto ni aceptado es la propia muerte. Porque ¿hay alguna forma de
encarar esa tremenda situación, ese fatal terremoto, esa cercana hecatombe, esa
catástrofe sin límites, esa trascendente y última crisis? Desde luego no el
pataleo. ¿Y por qué tiene que haber soluciones? No hay más pista de aterrizaje,
como en su día fue pista para levantar el vuelo de la vida y sus proyectos, que
la pura y desnuda realidad, nuestra limitadísima pero maravillosa realidad.
Los pensadores del helenismo, los
escépticos renacentistas, los hombres verdaderamente religiosos o agnósticos,
los sabios hindúes o budistas, no ven más que una salida: volver pacífica,
sincera y humildemente (“humus”= tierra) a nuestro pequeño y anónimo lugar en
la gran Naturaleza, porque “la ola es el mar” como dijo bellamente a sus casi
ochenta años el místico benedictino y maestro zen Willigis Jäger. Ojalá podamos
decir con el poeta “confieso que he vivido”.
Habrá que seguir dándole vueltas
a ese molino, ¡qué le vamos a hacer!
Esto es estoicismo, amigos. A
mucha honra.
Enrique Robles
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