Artículo desarrollado por nuestro compañero Ramón
Echeveste:
Los psicólogos consideran que alguien está
solo cuando no mantiene comunicación con otras personas o cuando percibe que
sus relaciones sociales no son satisfactorias.
Tres características definen la soledad:
es el resultado de relaciones sociales deficientes, constituye una experiencia
subjetiva ya que uno puede estar solo sin sentirse solo o sentirse solo cuando
se halla en grupo; y, por último, resulta desagradable y puede llegar a generar
angustia.
La soledad, salvo excepciones, es una
experiencia indeseada similar a la depresión y la ansiedad. Es distinta del
aislamiento social, y refleja una percepción del individuo respecto a su red de
relaciones sociales, bien porque esta red es escasa o porque la relación es
insatisfactoria o demasiado superficial. Se distingue dos tipos de soledad: la
emocional, o ausencia de una relación intensa con otra persona que nos produzca
satisfacción y seguridad, y la social, que supone la no pertenencia a un grupo
que ayude al individuo a compartir intereses y preocupaciones. Parece, por otro
lado, que la soledad está relacionada con la capacidad de las personas para
manifestar sus sentimientos y opiniones.
Cuando nuestra
habilidad para relacionarnos es deficiente, aumenta la probabilidad de que nos
quedemos solos ya que las relaciones que mantenemos son menos entusiastas y
empáticas. En general, las personas con problemas de neurosis se muestran
convencidas de que no resultan amables ni dignas de ser apreciadas, y rechazan
cualquier tipo de amigos potenciales con el objetivo de protegerse a sí mismos
del posible rechazo. La soledad está muy relacionada con la pérdida de
relaciones con ese conjunto de personas significativas en la vida del individuo
y con las que se interactúa de forma regular. La definición más común de
soledad es la de carencia de compañía y que se
tiende a vincularla con estados de tristeza, desamor y negatividad, obviando
los beneficios que una soledad ocasional y deseada puede reportar.
La ausencia de un ser querido
Cuando (por separación en la pareja, fallecimiento de
un ser querido u otra causa) desaparece de nuestra vida alguien a quien hemos
amado o que ocupaba un espacio estelar en nuestra cotidianeidad, nos invade una
particular sensación de soledad, un vacío, una nada enmudecida que nos sume en
la tristeza y la desesperanza. Hemos de sobrellevar la dolorosa percepción de orfandad,
de ausencia de una persona insustituible. Nos vemos perdidos y sin referencias
en las que antes nos apoyábamos para afrontar la vida.
Somos seres sociales que necesitamos de los demás para
hacernos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades de
afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y revalidar nuestra
autoestima, ya que ésta se genera cada día en la interrelación con las personas
que nos rodean.
La pérdida es irreemplazable pero no debe ser
irreparable. Ese hueco o, mejor, su silueta, quedará ahí pero si nos permitimos
sentir la tristeza y nos proponemos superarla a base de confianza en nosotros
mismos, podremos reunir fuerzas para establecer nuevas relaciones que cubran al
menos parcialmente ese déficit de amor que la ausencia del ser querido ha
causado. Hemos de intentar que la carencia de esa persona no se convierta en
una carencia general de relaciones. Esta soledad es dolorosa, pero puede
convertirse en positiva si la interpretamos como oportunidad para aprender a
vivir el dolor sin quedarnos bloqueados. Y para generar recursos y habilidades
para continuar transitando satisfactoriamente por la vida. Debemos interiorizar
y controlar el dolor, sabiéndolo parte inherente a la vida, aprendiendo a no
temerlo y a no mantenernos al margen del sufrimiento como si de una debilidad o
incapacidad se tratara. Quien sabe salir del dolor está preparado para disfrutarla
la plenitud en momentos venideros.
La soledad social
La de quien apenas habla más que con su familia, sus
compañeros de trabajo y sus vecinos es una soledad muy común en este mundo
nuestro. Nos sentimos incapaces de contactar con un mínimo de confianza con
quienes nos rodean, tememos miedo que nos hagan o nos rechacen. Plantamos un
muro a nuestro alrededor, nos encerramos en nuestra pequeña célula (en
ocasiones, incluso unipersonal) y vivimos el vacío que nosotros mismos creamos
y que justificamos con planteamientos como "no me entienden",
"la gente sólo quiere hacerte daño", "para lo único que les
interesas es para sacarte algo", "cada vez que confías en alguien, te
llevas una puñalada". Si la soledad es deseada nada hay que objetar,
aunque la situación entraña peligro: el ser humano es social por naturaleza y
una red de amigos con la que compartir aficiones, preocupaciones y anhelos es
un cimiento difícilmente sustituible para asentar una vida feliz. Es una meta
difícil y las estructuras y hábitos sociales de nuestra civilización frenan
este empeño de hacer y mantener amistades, pero merece la pena empeñar lo mejor
de nosotros en el intento.
Esa soledad no deseada puede convertirse en angustia,
si bien algunos se acostumbran a vivir solos. Se revestirá esta actitud de una
apariencia de fortaleza, autosuficiencia, agresividad o timidez. Y todo, para
esconder la inseguridad y el miedo a que no se nos quiera o no se nos respete.
Hay también otras soledades indeseadas, como esas a
las que se ven abocadas personas mayores, amas de casa, o quienes muestran una
orientación sexual no convencional, o quienes sufren ciertas enfermedades,
incapacidades físicas o psicológicas o imperfecciones estéticas.
Un estado transitorio, nada más
La soledad es una situación que hemos de aspirar a
convertir en transitoria y que conviene percibir como no forzosamente
traumática. Podemos mutarla en momento de reflexión, de conocernos a fondo y de
encontrarnos sinceramente con nuestra propia identidad. Hay un tiempo para
comunicarnos con los demás y otro (que necesita de la soledad) para establecer
contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Hemos de "hablar"
con nuestros miedos, no podemos ignorarlos ni quedarnos bloqueados por ellos.
Es conveniente que, en ocasiones, optemos por la soledad. En suma, equilibremos
los momentos en que nos expresamos y atendemos a otros, y los que dedicamos a
pensar, en soledad, en nuestras propias cosas.
Ramón Echeveste
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS O DE REVISTAS ESPECIALIZADAS:
-
La soledad como fenómeno psicológico: Un análisis
conceptual (María MONTERO Y LOPEZ LENA, Juan José SANCHEZ SOSA) Salud Mental,
vol.24, nº1, febrero 2001 Vínculo
al texto
Reflexiones sobre una caja de cartón (Paul AUSTER)
Virtualia 8 Vínculo
al texto
Las soledades y los nuevos modos de lazos (Leticia
A.ACEVEDO) Virtualia 18 Vínculo al
texto
El psicoanálisis y el secreto (Jorge YUNIS) Virtualia
21 Vínculo
al texto
No hay comentarios:
Publicar un comentario