Pienso que para analizar la bondad o
maldad de la mentira hay que determinar cuáles son las causas o
motivos frecuentes por los cuales mentimos.
El ser humano es el único que se
autoengaña. Mientras que muchos animales hacen uso del engaño para
atrapar a sus presas o para evadirse de sus predadores, los humanos
no sólo engañamos a los demás sino que nos engañamos a nosotros
mismos en bastantes ocasiones.
¿Qué nos lleva a mentir?
La mentira como defensa.
La mentira la aprendemos desde niños,
al igual que vamos descubriendo lo que es verdad.
Cuando un niño hace, o deja de hacer
algo, con consciencia de que sus padres no van a aprobar esa acción,
o inacción, recurre a la mentira para justificarse y no perder el
afecto de los padres.
La mentira se convierte entonces en un
arma para no perder la estima de la familia de la que el individuo
depende.
Al crecer las dependencias del
individuo van cambiado: la pandilla de amigos, el grupo de compañeros
de estudios, los profesores, más tarde los compañeros de trabajo,
la pareja sentimental o conyugal, los hijos, el gran grupo con el que
nos relacionamos habitualmente.
A medida que vamos creciendo también
nos vamos equivocando o incumpliendo lo que se espera (o suponemos se
espera) de nosotros, nuestro ego nos impulsa a decidir si mentir o
afrontar la verdad de nuestros errores.
La estima de los demás nos es
necesaria y sopesaremos en muchas ocasiones qué es lo que
egoístamente más nos interesa para no perder el respeto del grupo,
sabiendo que las mentiras reiteradas pueden provocar la pérdida de
confianza en mí, pero que afrontar la verdad me puede traer un serio
castigo momentáneo.
La mentira para conseguir beneficios.
También aprendemos desde pequeños que
hacer trampas en los juegos nos puede reportar beneficio individual.
Cuando una persona, en su desarrollo, se hace codiciosa, se da cuenta
de que el trabajo propio no va a colmar sus ambiciones, recurre a dos
procedimientos para conseguir más posesiones materiales.
El primero el uso de la fuerza,
arrebatar a los demás lo que él desea. Pero para ello se tiene que
sentir respaldado por una posición de supremacía social en el uso
de la fuerza, el caso de los conquistadores, también el de las
mafias de todas las épocas cuando los estados han sido débiles.
Otra posibilidad de uso de la fuerza es
la violencia momentánea contra los indefensos seguida de la huida de
otras fuerzas mayores, los agentes del estado por lo común hoy.
El segundo procedimiento es el engaño.
Se obtienen beneficios mercadeando con objetos de poco valor para
cambiarlos por otros de valor más alto. Es la explotación de la
ignorancia ajena.
Se obtienen beneficios pagando salarios
por debajo del valor de lo que el trabajador produce. Es el
fundamento del capitalismo actual, basado en un doble engaño:
1º. El engaño del empleador al empleado: el patrono
trata de convencer al trabajador de que el sueldo que le paga es el
justo, porque a fin de cuentas, con ese sueldo el trabajador tiene
para mantenerse y mantener a su familia. Además, en épocas de
bonanza económica (años 50 a 70) los salarios suben, porque los
beneficios empresariales suben más, y la subida de sueldos aumenta
el consumo, con lo que aumenta la producción y las ventas. Todos
salen ganando, aunque unos más que otros.
2º. El autoengaño del trabajador: en muchas ocasiones
inconsciente para quienes vienen de una larga tradición familiar de
trabajadores. El empleo por cuenta ajena es el único modo de obtener
el sustento para los desposeídos. Quien no tiene bienes con los que
producir alimentos, casa y vestido tiene que recurrir a trabajar para
quien si tiene estos bienes de producción. Cuando uno hereda ser
desposeído, hereda también el ser trabajador obligado.
Mentirse a uno mismo sobre esta realidad es un modo de
mitigar el dolor que provoca el sentirse víctima de las
circunstancias en que uno nació y de la falta de otras oportunidades
para establecerse mejor dentro de la sociedad.
Hay por supuesto otras variadas formas
de conseguir beneficios mediante el engaño y hoy estamos siendo
espectadores de algunas de estas grandes mentiras. Los complots de
mentirosos para apoderarse de fondos públicos, engañando a los
contribuyentes con falsos proyectos o presupuestos inflados para
«sacar tajada» de la opacidad de las cuentas públicas.
La mentira de la Autoridad.
La casi totalidad de formas de poder
que conocemos son piramidales. Exceptuando alguna tribu africana,
sudamericana u oceánica donde mantengan sus tradiciones ancestrales
y se rijan por el consejo de la tribu, desde que comenzó la Historia
(y antes por los hallazgos antropológicos) los humanos nos hemos
dejado guiar por un líder (o un grupo de líderes).
Incluso en situaciones de dominación
de un pueblo o nación por otro las ansias liberadoras iban dirigidas
a restituir el poder de los líderes propios.
Conocedor de su poder y los beneficios
que le reporta, el líder tiende a mantenerlo y para ello qué mejor
forma que la de mantener el status quo.
Pero el mantenimiento del status quo
supone someterse a exigencias de otros poderes, quizás más pequeños
pero no descartables, exigencias que en la mayor parte de ocasiones
están en conflicto con la justicia.
Se hacen leyes injustas rodeadas de
toda una propaganda (mentirosa) sobre las bondades sociales de las
mismas o sobre su necesidad «como mal menor», invocando un
hipotético mal que nunca se aclara, porque siempre es ficticio.
Se hacen leyes aparentemente justas,
pero con resquicios en la letra pequeña que permiten cometer
tropelías y abusos a quienes presionan al Estado.
Y todo ello se condiciona con un
colchón ideológico que se nos infunde a través de los grandes y
medianos medios de «información social» (lo de «medios de
comunicación» es ya un engaño, no nos sirven para comunicarnos, la
información es la que los dueños de estos medios quiere que sea)
Se nos hace vivir pendientes de la
última moda en ropa, coches, teléfonos, o cualquier otra estupidez.
El valor de las cosas se reduce a su precio, no a otras cualidades
como mayor duración, menos gasto de mantenimiento, menos impacto en
el medio ambiente tanto en su producción como por su consumo, etc.
Creo haber sido ya de sobras extenso y
quisiera resumir diciendo que vivimos en una sociedad en que la
mentira se usa más de lo necesario para la buena salud física y
mental de sus componentes, nosotros.
Que aunque la mentira puede ser en
ocasiones positiva para evitar situaciones traumáticas a un niño,
adolescente o joven, para los adultos es prescindible en casi todo
momento.
Y que en las circunstancias actuales
tanta mentira nos ahoga al extremo de no dejarnos ver un futuro claro
y estable.
Por eso estoy con Antonio Gramsci, el
que fue gran dirigente comunista italiano, en su dicho «La Verdad es
siempre Revolucionaria».
Enrique Hoyos
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