miércoles, 3 de abril de 2013

¿Por qué mentimos?


Pienso que para analizar la bondad o maldad de la mentira hay que determinar cuáles son las causas o motivos frecuentes por los cuales mentimos.

El ser humano es el único que se autoengaña. Mientras que muchos animales hacen uso del engaño para atrapar a sus presas o para evadirse de sus predadores, los humanos no sólo engañamos a los demás sino que nos engañamos a nosotros mismos en bastantes ocasiones.

¿Qué nos lleva a mentir?

La mentira como defensa.

La mentira la aprendemos desde niños, al igual que vamos descubriendo lo que es verdad.
Cuando un niño hace, o deja de hacer algo, con consciencia de que sus padres no van a aprobar esa acción, o inacción, recurre a la mentira para justificarse y no perder el afecto de los padres.
La mentira se convierte entonces en un arma para no perder la estima de la familia de la que el individuo depende.

Al crecer las dependencias del individuo van cambiado: la pandilla de amigos, el grupo de compañeros de estudios, los profesores, más tarde los compañeros de trabajo, la pareja sentimental o conyugal, los hijos, el gran grupo con el que nos relacionamos habitualmente.

A medida que vamos creciendo también nos vamos equivocando o incumpliendo lo que se espera (o suponemos se espera) de nosotros, nuestro ego nos impulsa a decidir si mentir o afrontar la verdad de nuestros errores.
La estima de los demás nos es necesaria y sopesaremos en muchas ocasiones qué es lo que egoístamente más nos interesa para no perder el respeto del grupo, sabiendo que las mentiras reiteradas pueden provocar la pérdida de confianza en mí, pero que afrontar la verdad me puede traer un serio castigo momentáneo.

La mentira para conseguir beneficios.

También aprendemos desde pequeños que hacer trampas en los juegos nos puede reportar beneficio individual. Cuando una persona, en su desarrollo, se hace codiciosa, se da cuenta de que el trabajo propio no va a colmar sus ambiciones, recurre a dos procedimientos para conseguir más posesiones materiales.
El primero el uso de la fuerza, arrebatar a los demás lo que él desea. Pero para ello se tiene que sentir respaldado por una posición de supremacía social en el uso de la fuerza, el caso de los conquistadores, también el de las mafias de todas las épocas cuando los estados han sido débiles.
Otra posibilidad de uso de la fuerza es la violencia momentánea contra los indefensos seguida de la huida de otras fuerzas mayores, los agentes del estado por lo común hoy.

El segundo procedimiento es el engaño. Se obtienen beneficios mercadeando con objetos de poco valor para cambiarlos por otros de valor más alto. Es la explotación de la ignorancia ajena.
Se obtienen beneficios pagando salarios por debajo del valor de lo que el trabajador produce. Es el fundamento del capitalismo actual, basado en un doble engaño:
1º. El engaño del empleador al empleado: el patrono trata de convencer al trabajador de que el sueldo que le paga es el justo, porque a fin de cuentas, con ese sueldo el trabajador tiene para mantenerse y mantener a su familia. Además, en épocas de bonanza económica (años 50 a 70) los salarios suben, porque los beneficios empresariales suben más, y la subida de sueldos aumenta el consumo, con lo que aumenta la producción y las ventas. Todos salen ganando, aunque unos más que otros.
2º. El autoengaño del trabajador: en muchas ocasiones inconsciente para quienes vienen de una larga tradición familiar de trabajadores. El empleo por cuenta ajena es el único modo de obtener el sustento para los desposeídos. Quien no tiene bienes con los que producir alimentos, casa y vestido tiene que recurrir a trabajar para quien si tiene estos bienes de producción. Cuando uno hereda ser desposeído, hereda también el ser trabajador obligado.
Mentirse a uno mismo sobre esta realidad es un modo de mitigar el dolor que provoca el sentirse víctima de las circunstancias en que uno nació y de la falta de otras oportunidades para establecerse mejor dentro de la sociedad.

Hay por supuesto otras variadas formas de conseguir beneficios mediante el engaño y hoy estamos siendo espectadores de algunas de estas grandes mentiras. Los complots de mentirosos para apoderarse de fondos públicos, engañando a los contribuyentes con falsos proyectos o presupuestos inflados para «sacar tajada» de la opacidad de las cuentas públicas.

La mentira de la Autoridad.

La casi totalidad de formas de poder que conocemos son piramidales. Exceptuando alguna tribu africana, sudamericana u oceánica donde mantengan sus tradiciones ancestrales y se rijan por el consejo de la tribu, desde que comenzó la Historia (y antes por los hallazgos antropológicos) los humanos nos hemos dejado guiar por un líder (o un grupo de líderes).
Incluso en situaciones de dominación de un pueblo o nación por otro las ansias liberadoras iban dirigidas a restituir el poder de los líderes propios.

Conocedor de su poder y los beneficios que le reporta, el líder tiende a mantenerlo y para ello qué mejor forma que la de mantener el status quo.
Pero el mantenimiento del status quo supone someterse a exigencias de otros poderes, quizás más pequeños pero no descartables, exigencias que en la mayor parte de ocasiones están en conflicto con la justicia.

Se hacen leyes injustas rodeadas de toda una propaganda (mentirosa) sobre las bondades sociales de las mismas o sobre su necesidad «como mal menor», invocando un hipotético mal que nunca se aclara, porque siempre es ficticio.
Se hacen leyes aparentemente justas, pero con resquicios en la letra pequeña que permiten cometer tropelías y abusos a quienes presionan al Estado.

Y todo ello se condiciona con un colchón ideológico que se nos infunde a través de los grandes y medianos medios de «información social» (lo de «medios de comunicación» es ya un engaño, no nos sirven para comunicarnos, la información es la que los dueños de estos medios quiere que sea)
Se nos hace vivir pendientes de la última moda en ropa, coches, teléfonos, o cualquier otra estupidez. El valor de las cosas se reduce a su precio, no a otras cualidades como mayor duración, menos gasto de mantenimiento, menos impacto en el medio ambiente tanto en su producción como por su consumo, etc.

Creo haber sido ya de sobras extenso y quisiera resumir diciendo que vivimos en una sociedad en que la mentira se usa más de lo necesario para la buena salud física y mental de sus componentes, nosotros.
Que aunque la mentira puede ser en ocasiones positiva para evitar situaciones traumáticas a un niño, adolescente o joven, para los adultos es prescindible en casi todo momento.
Y que en las circunstancias actuales tanta mentira nos ahoga al extremo de no dejarnos ver un futuro claro y estable.

Por eso estoy con Antonio Gramsci, el que fue gran dirigente comunista italiano, en su dicho «La Verdad es siempre Revolucionaria».


Enrique Hoyos

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