lunes, 20 de mayo de 2013

Sobre la Seducción


La Seducción.

Para situarnos comencemos por establecer que la seducción es un método que puede seguir en determinado momento una persona para influir en el comportamiento de otra, haciéndola adoptar una opinión favorable al que seduce.

Hay otro método para conseguir el mismo fin que es la argumentación. Consiste en demostrar al otro mediante razonamiento y evidencias objetivas (verificables) la bondad de lo que se afirma.
Así si queremos, como ejemplo, que alguien nos acompañe a jugar al tenis, le hablaríamos de las ventajas que tiene este deporte para la salud, de que suele practicarse en clubes dándole oportunidad de hacer nuevas amistades y de que en su situación, de no conocer a gente suficiente para formar un equipo de fútbol aficionado, es el deporte que más le conviene si también quiere ampliar su círculo social. Todas estas son razones verificables y fácilmente entendibles.

La seducción, por el contrario, sigue el camino de avivar los instintos más básicos de la otra persona, como son el afán por el sexo, poder y posesiones materiales.
La «vía de ataque» que el seductor seguiría para que el «seducible» siguiera sus planes se basaría en mostrarle el tenis como una actividad en que se puede exhibir las cualidades físicas de uno frente a personas del otro sexo; los buenos tenistas alcanzan notoriedad social y esto les permite enriquecerse; en cualquier caso los clubes de tenis están llenos de mujeres/hombres todas/todos apetecibles y deseando ligar. En definitiva se hace fantasear al «seducible» con la idea de verse como un «Rafa Nadal» o una «Arancha Sánchez-Vicario» (ahora sería Carla Suárez o Anabel Medina) con un montón de ceros en la cuenta del banco, un cochazo y chalet espectaculares y rodeado continuamente de jovencitas o jovencitos en disposición de hacer lo que le pida su ídolo.

Y es que, en mi opinión, la seducción no entiende de ética. Ya el Diccionario de la Real Academia lo advierte al equiparar la palabra seducir a: engañar; persuadir para algo malo; embargar (quitar temporal o permanentemente); cautivar (aprisionar, hacer prisionero).

Mientras que argumentar (argüir) está asociada a: convencer a otro mediante pruebas; sacar en claro; descubrir, probar; aducir (presentar pruebas y razones).

Vivimos en un mundo de seducción.

Creo que la anterior afirmación es obvia a todas luces y no puedo dar ninguna argumentación original para probarla.
En España, en particular, nos han imbuido, en la última década del siglo pasado y primera de éste, de una mentalidad consumista en que lo importante no es el objeto consumible por sus cualidades para satisfacer nuestras necesidades básicas sino como símbolo de distinción social y pertenencia a un estatus social «glamouroso».
¿Te gusta conducir? BMW circulando por carreteras sin tráfico, es decir «exclusivas» para el que tiene un BMW.
Mercedes, clase A (o clase B o clase C). Tendrás la «clase» que tenga tu coche.
Audi, tres estrellas, o cuatro o seis. Serás teniente, comandante o general según el Audi que te compres.
He comprado una casa por 20 millones (de pesetas), pero está en un sitio ideal, con piscina y club privado. Ahora la vendo por 30 millones. Trabajadores de clase media jugando al monopoly de los ricos.
Compré una casa por 30 millones y se está pagando sola, porque la tengo alquilada por 60 mil al mes. Otro que se jacta de haber entrado en la «jet» de los que viven de la renta, cuando le quedan 20 años para pagar la hipoteca.
Sólo compró productos de la marca «Te engañamos». Son los que más confianza me dan. Los anuncios de «Te engañamos» se basan en presentar una casa atractiva, con una señorita atractiva que detrás tiene a un joven «cachas» y encima ponen efectos de brillo «hasta en la sopa».


Y para que decir de las campañas «electorales»:
«Habla pueblo, habla». Todos nos veíamos diciendo lo que había que arreglar. Después no hubo manera de que se nos escuchase.
«Por el cambio». Hartos de ver como la cosa seguía casi igual que con Franco, pues a «cambiar» ¡qué leches! Más tarde nos enteramos que habían cambiado sólo los nombres de unos cuantos ladrones (Filesa, Mario Conde, Roldán)
«El cambio necesario». Pues a cambiar otra vez. Un señor con bigotes ofrecía una imagen seria, opuesta a la de los anteriores mangantes afeitados hasta las axilas. Dentro de lo «necesario» estaba meterse en la guerra de Irak. Absolutamente necesario para poner los pies encima de la mesa del Señor Bush y decirle al mundo «Soy una parte de la Santa Trinidad que os gobierna».
«Seamos solidarios». A fin de cuentas ¿qué se nos ha perdido en Irak? ¿Y por qué tenemos que ser de la panda de cabrones que machacan a los iraquíes? También hay que ser solidario con todo el mundo, ahora con el pueblo de Afganistán estrujado por esos demonios que son los talibanes. ¡Pues a la guerra en Afganistán! Y también en Líbano aunque esto esté callado. La Solidaridad con los Fabricantes y Traficantes de Armas, que necesitan guerras, los pobres.
«Por el Cambio». Otra vez con lo del cambio. Otra vez les toca a los celestes. Lo tienen acordado. Es como en la Liga de Fútbol, sólo hay dos Grandes. Celestes y Rosas. Los mayores recordaréis que en otra época eran Azules y Rojos. Antes estaban enfrentados de verdad (por desgracia). Ahora sólo lo simulan y unos comen de la mano de los otros.

Pero ¿cuántos teníamos oportunidad de leer un programa político que fuese el de verdad, no un ridículo donde se prometía solución para todo? Carteles, carteles, carteles. Anuncios televisivos con mucha música y eslogan y sin decir nada de verdad, sólo transmitir la ilusión de una España de ensueño.
Y podríamos seguir, todos sin duda, haciendo listado de todas las estupideces vistas (y que nos quedan por ver) en televisión, vallas publicitarias, escaparates, autobuses,...
Nos tienen inmersos en un mundo de ilusiones, con la desgracia de que se nos induce a comprar por el envoltorio y no por el producto en sí.

Debemos hacer que se imponga la argumentación.

En el programa «Salvados» (La Sexta, domingo 19 de mayo) Jordi Évole (presentador) entrevistaba a un parlamentario inglés (que antes había sido Ministro para Europa).
El tema era la «Ley de Transparencia», la transparencia en la política. Allí se mostraba como en EEUU está a la vista de cada contribuyente cómo se distribuyen sus impuestos en las diferentes partidas de gastos del Gobierno. También cómo gasta cada parlamentario inglés la asignación de su oficina, para todas las cantidades superiores a 50 libras.
El parlamentario decía que si un ciudadano pedía hablar con él durante una sesión parlamentaria, la abandonaba de inmediato para hablar con el ciudadano. También todas las semanas visitaba su distrito electoral para hablar con sus electores.
«Y el que no lo haga así sabe que no va a ser votado en la próxima» Añadía en buen castellano,
Un corresponsal del ABC en Londres corroboraba todo esto con páginas de Internet en que se mostraban estadísticas que recogían la satisfacción de los ciudadanos sobre su médico, colegio de sus hijos, barrio en que vivía,...

Quiero decir con esto que es posible vivir en un país donde podamos tomar decisiones con información veraz (o al menos más veraz que un mero folleto o cartel publicitario) y desde luego con información más detallada y proveniente de personas como nosotros, no de publicistas-seductores.

¿Y cómo llegar a eso?

Si ante la manipulación seductora de la publicidad reaccionamos como personas conscientes ya habremos dado un gran paso.
Después de lo sucedido en Bangladesh (el desplome del edificio y los centenares de trabajadores muertos) El Corte Inglés y Mango anuncian que vigilarán las medidas de seguridad en sus fábricas de Asia y subirán los sueldos (hasta ahora todo iba estupendamente, parece).
¿Seguiremos comprando a estas y otras empresas que han «globalizado-deslocalizado» sus economías, es decir que han cerrado aquí en España dejando miles de parados para buscar mano de obra barata y esclava en esos países?
Es fácil dejarse llevar por la seducción del bueno, bonito y barato. Pero recordemos el refrán de que lo barato sale caro. Lo hemos olvidado todos estos años en que hemos permitido, pasivamente, que nuestra industria textil, del calzado y otras, hayan sido «trasladadas», perdiendo el bien más preciado para cualquier pueblo (en la actualidad): su trabajo.

Para acabar.

Debemos ajustar nuestro comportamiento a la razón y la lógica — ¡qué cosas hay que decir! — si queremos volver a vivir sin angustias y dejar a nuestros hijos algo más que un trabajo en Alemania, Brasil o China, una oportunidad de tener un trocito de nuestro suelo donde puedan criar con tranquilidad a nuestros nietos.
Y lo demás os lo dejo a vuestra reflexión.
Enrique Hoyos Jiménez


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