La Seducción.
Para situarnos comencemos por
establecer que la seducción es un método que puede seguir en
determinado momento una persona para influir en el comportamiento de
otra, haciéndola adoptar una opinión favorable al que seduce.
Hay otro método para conseguir el
mismo fin que es la argumentación. Consiste en demostrar al otro
mediante razonamiento y evidencias objetivas (verificables) la bondad
de lo que se afirma.
Así si queremos, como ejemplo, que
alguien nos acompañe a jugar al tenis, le hablaríamos de las
ventajas que tiene este deporte para la salud, de que suele
practicarse en clubes dándole oportunidad de hacer nuevas amistades
y de que en su situación, de no conocer a gente suficiente para
formar un equipo de fútbol aficionado, es el deporte que más le
conviene si también quiere ampliar su círculo social. Todas estas
son razones verificables y fácilmente entendibles.
La seducción, por el contrario,
sigue el camino de avivar los instintos más básicos de la otra
persona, como son el afán por el sexo, poder y posesiones
materiales.
La «vía de ataque» que el seductor
seguiría para que el «seducible» siguiera sus planes se basaría
en mostrarle el tenis como una actividad en que se puede exhibir las
cualidades físicas de uno frente a personas del otro sexo; los
buenos tenistas alcanzan notoriedad social y esto les permite
enriquecerse; en cualquier caso los clubes de tenis están llenos de
mujeres/hombres todas/todos apetecibles y deseando ligar. En
definitiva se hace fantasear al «seducible» con la idea de verse
como un «Rafa Nadal» o una «Arancha Sánchez-Vicario» (ahora
sería Carla Suárez o Anabel Medina) con un montón de ceros en la
cuenta del banco, un cochazo y chalet espectaculares y rodeado
continuamente de jovencitas o jovencitos en disposición de hacer lo
que le pida su ídolo.
Y es que, en mi opinión, la
seducción no entiende de ética. Ya el Diccionario de la Real
Academia lo advierte al equiparar la palabra seducir a:
engañar; persuadir para algo malo; embargar (quitar
temporal o permanentemente); cautivar (aprisionar, hacer
prisionero).
Mientras que argumentar
(argüir) está asociada a: convencer a otro mediante pruebas;
sacar en claro; descubrir, probar; aducir (presentar
pruebas y razones).
Vivimos en un mundo de seducción.
Creo que la anterior afirmación es
obvia a todas luces y no puedo dar ninguna argumentación original
para probarla.
En España, en particular, nos han
imbuido, en la última década del siglo pasado y primera de éste,
de una mentalidad consumista en que lo importante no es el objeto
consumible por sus cualidades para satisfacer nuestras
necesidades básicas sino como símbolo de distinción social
y pertenencia a un estatus social «glamouroso».
¿Te gusta conducir? BMW circulando por
carreteras sin tráfico, es decir «exclusivas» para el que tiene un
BMW.
Mercedes, clase A (o clase B o clase C). Tendrás
la «clase» que tenga tu coche.
Audi, tres estrellas, o cuatro o seis. Serás
teniente, comandante o general según el Audi que te compres.
He comprado una casa por 20 millones (de pesetas),
pero está en un sitio ideal, con piscina y club privado. Ahora la
vendo por 30 millones. Trabajadores de clase media jugando al
monopoly de los ricos.
Compré una casa por 30 millones y se está pagando
sola, porque la tengo alquilada por 60 mil al mes. Otro que se
jacta de haber entrado en la «jet» de los que viven de la renta,
cuando le quedan 20 años para pagar la hipoteca.
Sólo compró productos de la marca «Te engañamos».
Son los que más confianza me dan. Los anuncios de «Te
engañamos» se basan en presentar una casa atractiva, con una
señorita atractiva que detrás tiene a un joven «cachas» y encima
ponen efectos de brillo «hasta en la sopa».
Y para que decir de las campañas
«electorales»:
«Habla pueblo, habla». Todos nos veíamos
diciendo lo que había que arreglar. Después no hubo manera de que
se nos escuchase.
«Por el cambio». Hartos de ver como la cosa
seguía casi igual que con Franco, pues a «cambiar» ¡qué leches!
Más tarde nos enteramos que habían cambiado sólo los nombres de
unos cuantos ladrones (Filesa, Mario Conde, Roldán)
«El cambio necesario». Pues a cambiar otra vez.
Un señor con bigotes ofrecía una imagen seria, opuesta a la de los
anteriores mangantes afeitados hasta las axilas. Dentro de lo
«necesario» estaba meterse en la guerra de Irak. Absolutamente
necesario para poner los pies encima de la mesa del Señor Bush y
decirle al mundo «Soy una parte de la Santa Trinidad que os
gobierna».
«Seamos solidarios». A fin de
cuentas ¿qué se nos ha perdido en Irak? ¿Y por qué tenemos que
ser de la panda de cabrones que machacan a los iraquíes? También
hay que ser solidario con todo el mundo, ahora con el pueblo de
Afganistán estrujado por esos demonios que son los talibanes. ¡Pues
a la guerra en Afganistán! Y también en Líbano aunque esto esté
callado. La Solidaridad con los Fabricantes y Traficantes de Armas,
que necesitan guerras, los pobres.
«Por el Cambio». Otra vez con lo del cambio.
Otra vez les toca a los celestes. Lo tienen acordado. Es como en la
Liga de Fútbol, sólo hay dos Grandes. Celestes y Rosas. Los mayores
recordaréis que en otra época eran Azules y Rojos. Antes estaban
enfrentados de verdad (por desgracia). Ahora sólo lo simulan y unos
comen de la mano de los otros.
Debemos hacer que se imponga la argumentación.
En el programa «Salvados» (La
Sexta, domingo 19 de mayo) Jordi Évole (presentador) entrevistaba a
un parlamentario inglés (que antes había sido Ministro para
Europa).
El tema era la «Ley de
Transparencia», la transparencia en la política. Allí se mostraba
como en EEUU está a la vista de cada contribuyente cómo se
distribuyen sus impuestos en las diferentes partidas de gastos del
Gobierno. También cómo gasta cada parlamentario inglés la
asignación de su oficina, para todas las cantidades superiores a 50
libras.
El parlamentario decía que si un
ciudadano pedía hablar con él durante una sesión parlamentaria, la
abandonaba de inmediato para hablar con el ciudadano. También todas
las semanas visitaba su distrito electoral para hablar con sus
electores.
«Y el que no lo haga así sabe que
no va a ser votado en la próxima» Añadía en buen castellano,
Un corresponsal del ABC en Londres
corroboraba todo esto con páginas de Internet en que se mostraban
estadísticas que recogían la satisfacción de los ciudadanos sobre
su médico, colegio de sus hijos, barrio en que vivía,...
Quiero decir con esto que es posible
vivir en un país donde podamos tomar decisiones con información
veraz (o al menos más veraz que un mero folleto o cartel
publicitario) y desde luego con información más detallada y
proveniente de personas como nosotros, no de publicistas-seductores.
¿Y cómo llegar a eso?
Si ante la manipulación seductora de
la publicidad reaccionamos como personas conscientes ya habremos dado
un gran paso.
Después de lo sucedido en Bangladesh
(el desplome del edificio y los centenares de trabajadores muertos)
El Corte Inglés y Mango anuncian que vigilarán las medidas de
seguridad en sus fábricas de Asia y subirán los sueldos (hasta
ahora todo iba estupendamente, parece).
¿Seguiremos comprando a estas y
otras empresas que han «globalizado-deslocalizado» sus economías,
es decir que han cerrado aquí en España dejando miles de parados
para buscar mano de obra barata y esclava en esos países?
Es fácil dejarse llevar por la
seducción del bueno, bonito y barato. Pero recordemos el refrán de
que lo barato sale caro. Lo hemos olvidado todos estos años en que
hemos permitido, pasivamente, que nuestra industria textil, del
calzado y otras, hayan sido «trasladadas», perdiendo el bien más
preciado para cualquier pueblo (en la actualidad): su trabajo.
Para acabar.
Debemos ajustar nuestro
comportamiento a la razón y la lógica — ¡qué cosas hay que
decir! — si queremos volver a vivir sin angustias y dejar a
nuestros hijos algo más que un trabajo en Alemania, Brasil o China,
una oportunidad de tener un trocito de nuestro suelo donde puedan
criar con tranquilidad a nuestros nietos.
Y lo demás os lo dejo a vuestra
reflexión.
Enrique Hoyos Jiménez
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