Epicuro no solo habla de la felicidad: “con respecto a los dioses
considera que existen, pero no con fines modélicos ni teleológicos”
Algo
que, Michel Onfray en su libro:
“Tratado de ateología” lo desarrolla: Piensa que las religiones son culpables
de nuestras desgracias. Considera que va siendo hora del ateísmo y lo justifica
con las tragedias religiosas: «Porque Dios
existe, entonces todo está permitido.» desde los primeros textos del
Antiguo Testamento hasta el presente: la afirmación de un Dios único, violento,
celoso, pleitista, intolerante, belicoso ha causado más odio, sangre, muertes y
brutalidad que paz... El fantasma judío del pueblo elegido que legitima el
colonialismo, la expropiación, el odio, la animosidad entre los pueblos, además
de la teocracia autoritaria y armada; la referencia cristiana a los mercaderes
del Templo o a un Jesús paulino que pretende venir para blandir la espada, lo
que justifica las Cruzadas, la Inquisición, las guerras religiosas, el Día de
San Bartolomé, las hogueras, el índice, pero también el colonialismo mundial,
los etnocidios norteamericanos, el apoyo al fascismo del siglo XX, la omnipotencia
temporal del Vaticano desde hace siglos hasta en los mínimos detalles de la
vida cotidiana; la reivindicación clara en casi todas las páginas del Corán de
una llamada a acabar con los infieles, su religión, cultura, civilización, pero
también con los judíos y los cristianos, ¡en nombre de un Dios misericordioso!
Tenemos aquí varias pistas que nos permiten
profundizar la idea basada, justamente, en que debido a la existencia de Dios
todo está permitido, en él, por él, en su nombre, sin que a los fieles, al
sacerdocio, a la gente común o las altas esferas se les ocurra que allí haya
algo censurable... Si la existencia de Dios, más allá de su forma judía,
cristiana o musulmana, impidiera, por poco que fuera, el odio, la mentira, la violación,
el saqueo, la inmoralidad, la malversación, el perjurio, la violencia, el
desprecio, la maldad, el crimen, la corrupción, la pillería, el falso
testimonio, la depravación, la pedofilia, el infanticidio, la canallada, la
perversión, habríamos visto no a los ateos —puesto que son intrínsecamente
viciosos—, sino a los rabinos, curas, papas, obispos, pastores, imanes, y con
ellos a sus fieles, todos sus fieles -y
son muchos...-, practicar el bien,
sobresalir en la virtud, predicar con el ejemplo y demostrarle al perverso sin
Dios que la moralidad se encuentra de su lado: que respetan punto por punto los
Diez Mandamientos y obedecen los mandatos de los suras elegidos, y por lo tanto
no mienten ni saquean, no roban ni violan, no levantan falsos testimonios ni
matan —mucho menos fomentan atentados terroristas contra Manhattan o
expediciones punitivas en la franja de Gaza y no ocultan las prácticas de sus
curas pedófilos-. ¡Veríamos, entonces, que sus comportamientos impecables y
ejemplares serían capaces de convertir a los fieles a su alrededor!
Con
tantas contradicciones, abusos y sufrimientos, prefiero quedarme con una frase
de Henry D. Thoreau cuando dice: “No vine
al mundo para hacer de él un buen lugar para vivir, sino a vivir en él, sea
bueno o malo”.
Manolo
Quero
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