martes, 26 de noviembre de 2013

Epicuro y Michel Onfray

Epicuro no solo habla de la felicidad: “con respecto a los dioses considera que existen, pero no con fines modélicos ni teleológicos”

 Algo que, Michel Onfray en su libro: “Tratado de ateología” lo desarrolla: Piensa que las religiones son culpables de nuestras desgracias. Considera que va siendo hora del ateísmo y lo justifica con las tragedias religiosas: «Porque Dios existe, entonces todo está permitido.» desde los primeros textos del Antiguo Testamento hasta el presente: la afirmación de un Dios único, violento, celoso, pleitista, intolerante, belicoso ha causado más odio, sangre, muertes y brutalidad que paz... El fantasma judío del pueblo elegido que legitima el colonialismo, la expropiación, el odio, la animosidad entre los pueblos, además de la teocracia autoritaria y armada; la referencia cristiana a los mercaderes del Templo o a un Jesús paulino que pretende venir para blandir la espada, lo que justifica las Cruzadas, la Inquisición, las guerras religiosas, el Día de San Bartolomé, las hogueras, el índice, pero también el colonialismo mundial, los etnocidios norteamericanos, el apoyo al fascismo del siglo XX, la omnipotencia temporal del Vaticano desde hace siglos hasta en los mínimos detalles de la vida cotidiana; la reivindicación clara en casi todas las páginas del Corán de una llamada a acabar con los infieles, su religión, cultura, civilización, pero también con los judíos y los cristianos, ¡en nombre de un Dios misericordioso!

Tenemos aquí varias pistas que nos permiten profundizar la idea basada, justamente, en que debido a la existencia de Dios todo está permitido, en él, por él, en su nombre, sin que a los fieles, al sacerdocio, a la gente común o las altas esferas se les ocurra que allí haya algo censurable... Si la existencia de Dios, más allá de su forma judía, cristiana o musulmana, impidiera, por poco que fuera, el odio, la mentira, la violación, el saqueo, la inmoralidad, la malversación, el perjurio, la violencia, el desprecio, la maldad, el crimen, la corrupción, la pillería, el falso testimonio, la depravación, la pedofilia, el infanticidio, la canallada, la perversión, habríamos visto no a los ateos —puesto que son intrínsecamente viciosos—, sino a los rabinos, curas, papas, obispos, pastores, imanes, y con ellos a sus fieles, todos sus fieles -y
son muchos...-, practicar el bien, sobresalir en la virtud, predicar con el ejemplo y demostrarle al perverso sin Dios que la moralidad se encuentra de su lado: que respetan punto por punto los Diez Mandamientos y obedecen los mandatos de los suras elegidos, y por lo tanto no mienten ni saquean, no roban ni violan, no levantan falsos testimonios ni matan —mucho menos fomentan atentados terroristas contra Manhattan o expediciones punitivas en la franja de Gaza y no ocultan las prácticas de sus curas pedófilos-. ¡Veríamos, entonces, que sus comportamientos impecables y ejemplares serían capaces de convertir a los fieles a su alrededor!

Con tantas contradicciones, abusos y sufrimientos, prefiero quedarme con una frase de Henry D. Thoreau cuando dice: “No vine al mundo para hacer de él un buen lugar para vivir, sino a vivir en él, sea bueno o malo”.


Manolo Quero

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