Asemejamos nuestra época a la de
Epicuro y la decadencia de la polis griega.
¿Tan perdidos estamos?
Es cierto que nuestro actual modelo
de organización social hace aguas por todos lados.
Su principal «agujero» es que el
sistema social aliena a la gran masa humana fijando a los individuos
unas metas falaces — en tanto que no atienden a las necesidades
reales del individuo sino a los intereses de los grandes capitalistas
que controlan la economía — e inicuas en tanto imbuyen la idea de
la «competitividad» como valor central — y por tanto pretenden
que cada individuo mire por «su bien propio» y desatienda las
necesidades de los demás —.
Con esta alienación corre pareja la
explotación del 90% (o 99%) por una minoría insignificante que hoy
en día tan siquiera cumple el propósito de hacer que la economía
se desarrolle, como hacía en décadas anteriores en que el progreso
material repercutía en las grandes masas y no sólo en los
propietarios de bienes de producción (aunque desigualmente, que duda
cabe).
Si reflexionamos podemos estar de
acuerdo sobre que en nuestra época no hay una caída de «grandes
valores» como sucedió en la helenística. Más bien al contrario,
en los últimos años se han difundido entre nuestra juventud valores
de solidaridad y ayuda a los pueblos y gente marginada, respeto al
medio ambiente, etc. frente al consumismo ciego y destructor de la
naturaleza y culturas «antiguas».
Es buena la búsqueda de la felicidad
por parte de cada cual. ¿A qué aspiramos si nos preguntamos a
nosotros mismos en nuestro interior si no es a eso, a ser felices?
Pero, ¿qué es la felicidad?
Si buscamos en el diccionario de la
RAE, Felicidad: Estado del ánimo que se complace en la posesión
de un bien. Y a partir de ahí
nos perdemos en las definiciones, ¿qué es un bien? El diccionario
nos lleva al concepto de perfección... ¿qué es posesión? (2) Acto
de poseer cosas incorpóreas, aunque en rigor no se posean.
Ambigüedades y tautologías de las que el diccionario no nos saca.
La
felicidad es algo subjetivo, aunque transmisible a otras personas en
circunstancias apropiadas. En tanto la conciencia es efímera pues se
circunscribe al instante presente, la felicidad también es efímera.
El concepto de ataraxia,
«tranquilidad de espíritu», «serenidad de la conciencia» o como
cada cual lo quiera definir, es
lo más próximo a la felicidad prolongada en el tiempo. Pero también
nos damos por felices cuando vencemos alguna contrariedad, superamos
algún reto, evitamos algún peligro. Del mismo modo cuando lo hacen
personas a las que nos une el afecto.
En
muchos de esos momentos no sentimos «serenidad» sino euforia,
rebosamos de un contento
contagioso a veces.
Tanto
en las ocasiones en que nuestra felicidad se produce por algo
acaecido a otros, como cuando transmitimos muestro gozo, se produce
un fenómeno de empatía.
Empatía que no podemos olvidar es algo con lo que hemos nacido, algo
de lo que estamos hechos desde que establecemos relaciones, primero
espontáneas, después reflexionadas con nuestro entorno familiar,
vecinal, social.
La felicidad ¿se busca o se encuentra?
Podemos
estar de acuerdo en que cualquier ser humano se formula unos deseos u
objetivos para su vida, de mayor o menor alcance en el tiempo — más
alcance temporal a medida que tenemos más edad, por lo común —.
En
la medida en que esos deseos se ven satisfechos (o se cumplen esos
objetivos) nos decimos felices.
Pero,
¿en el mientras? Si esperamos a satisfacer nuestros deseos para ser
felices ¿tenemos que ser infelices hasta entonces? Es
obvio el absurdo de plantearnos la felicidad como el momento de
«estar en el pódium recibiendo los laureles de la victoria».
Tenemos
que pensar en nuestra felicidad de cada día. Siempre hay algo que
tenemos de lo que podemos disfrutar y en eso debemos fijarnos y
valorarlo.
En
el peor de los casos tenemos la vida, el poder respirar «con
serenidad» al tiempo que somos conscientes de nuestra propia
consciencia (existencia) y disfrutar de su equilibrio. Nos basta con
darnos cuenta y una vez que hayamos aprehendido firmemente ese estado
de consciencia nuestra vida tendrá un sentido diferente al
convencional; ese
es nuestro particular jardín
de las hespérides.
Quizás
esta fuese la ataraxia
de la que hablaba Epicuro.
¿Y si no logramos los objetivos que pretendemos?
¿Nos declararemos infelices? ¿Nos
refugiaremos en la ataraxia? ¿Nos diremos simplemente que
estábamos equivocados y tomaremos otro rumbo distinto, tal vez el
contrario?
Me parece difícil creer que una
persona aspire en la vida a cumplir determinados objetivos que se
marque y no piense en su felicidad. Siempre hay grandes frases que
hablan de que lo importante no es alcanzar la meta, sino seguir con
empeño el camino hacia ella. Todos los venerados por sus luchas las
tienen, al menos los que han luchado por la humanidad y no por causas
injustas.
¿Y qué significa decir: Nuestra
recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un
esfuerzo total es una victoria completa. (Mahatma
Gandhi)?,
como ejemplo de otras muchas...
Para
mí está claro el mensaje: «sintámonos contentos por lo que
hacemos, no tanto por lo que consigamos». Y esto lleva implícita la
aspiración a la felicidad.
¿Podemos ser felices aunque los demás no lo sean?
Pregunta trampa, sin ninguna duda, y
en la respuesta creo que difiero radicalmente de Epicuro y de todos
los modernos hedonistas.
¿Podemos
sustraernos a la infelicidad de nuestros semejantes y refugiarnos en
nuestra ataraxia?
Esta es una parte de la pregunta de este apartado. Mi respuesta
personal es: rotundamente no. Aunque obviamente cada cual tiene su
propia respuesta.
Hay
quien se dice que haciendo porque estén bien sus familiares, amigos
próximos, etc. es suficiente, los problemas de la nación, la
humanidad son demasiado complejos para que uno pueda solucionarlos.
Pero
desde mi punto de vista no podemos sustraernos a esos problemas. El
no hacer para que cambie la situación actual es dejar que las cosas
sigan el camino que marquen los que si tienen un gran poder de
decisión, es estar de acuerdo tácitamente con ellos en que una gran
parte de la humanidad siga en la pobreza, la calamidad y el dolor sin
tener la menor posibilidad de poder respirar serenamente.
Nos
queda por tanto un doble camino, el de la acción junto con otros
muchos por cambiar la realidad social y económica y el de la
búsqueda del ser interior que puede y debe ser el verdadero reposo
del guerrero.
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