jueves, 27 de octubre de 2011

¿PUEDE LA SOCIEDAD EDUCAR HOMBRES “BUENOS” QUE HAGAN POSIBLE UNA SOCIEDAD IDEAL?

Dada la imprecisión del término “bueno” es necesario definir, previamente, lo que se entiende por un hombre tal.


Igualmente, ante la complejidad de la formación de la personalidad es conveniente analizar las distintas aportaciones que contribuyen a ella, parte de las cuales son innatas y otras adquiridas.


La cuestión es ¿se puede dirigir al individuo, mediante la educación, hacia un objetivo preestablecido?
En primer lugar, se entiende coloquialmente por hombre “bueno” aquel de carácter estable y apacible, cumplidor de los valores comunes, bien dispuesto hacia los demás, dialogante y ajeno a la violencia, que da muestras de buena voluntad en su relación social. Por ser una imagen ideal que todos tenemos en mente, no requiere mayor explicación. Sin embargo, entre las personalidades humanas existen otras formas de excelencia a tener en cuenta, ya que todas ellas pueden contribuir a mejorar la sociedad, sin necesidad de responder a la imagen descrita.


Por otro lado, la formación de la personalidad parte de una componente innata, de origen genético, que es lo que se conoce como temperamento. Sobre este temperamento actúa el factor educacional, entendido en un sentido amplio, que es el conjunto de lo recibido de su entorno y que incluye, aunque no se limita, a lo que llamamos educación, propiamente dicha. La influencia del medio sobre el temperamento imprime un determinado carácter, siendo este, por tanto, suma de lo innato más lo adquirido. Por último, hay que añadir el efecto que la voluntad del individuo, dentro del limitado margen de libertad que le queda, pueda producir en la consolidación final de la personalidad.


Volviendo a la cuestión planteada hay que dejar en claro que el hombre “bueno”, tal y como lo tenemos en mente, es un tipo psicológico esencialmente congénito, no educacional, y que se define en una de las tipologías al uso como el temperamento viscerotónico. No es el resultado de la actuación de la sociedad, aunque esta haya podido contribuir, ni de su propia voluntad. Estos individuos son naturalmente así, sin perjuicio del margen de modulación que siempre existe. No tienen por que ser los que más, ni mejor, aporten a la sociedad.
Si nos referimos a hombres excelentes, concepto más amplio, que incluye individuos de todas las tipologías, cabe, a partir siempre de sus distintos temperamentos innatos, procurar mediante la educación la formación de caracteres adecuados, sin olvidar que todo lo que se haga en esta línea puede no conducir a lo que se pretende. El individuo puede rechazar los valores que se le proponen, e incluso combatirlos para afirmar su identidad. No hay que olvidar que dentro de la componente educacional se encuentra no solo lo que denominamos educación propiamente dicha, que pretende inculcar determinados principios, sino también la influencia del entorno, que puede contradecirlos y anularlos.
En conclusión, a la cuestión planteada de si se pueden “producir” hombres excelentes, que contribuyan a una sociedad ideal hay que responder que ninguna educación lo garantiza, aunque sí lo facilita. El hombre que se pretende no es el resultado de ningún proceso “productivo”, sale por si mismo, pero lo hará con mayor facilidad en una sociedad que lo posibilite o, al menos, no lo dificulte.
No se puede dirigir la sociedad, mediante la educación o la influencia de los abundantes medios didácticos de que hoy se dispone, hacia ningún tipo de sociedad ideológica preconcebida como ideal. Es materialmente imposible, si se respeta la libertad del individuo. Por otro lado, además, nadie puede atribuirse el derecho a pretenderlo.

Nota. Propongo para la reunión siguiente proseguir en esta materia a propósito de:


¿Que es una buena educación?


¿A quien corresponde establecer su contenido?


¿Existe un derecho a fijarlo?


Si lo hay ¿quien es el titular de ese derecho?

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